El Halac Uinic, hizo llamar a los Nacom(líderes militares) y a los Ahau Kan(sumos sacerdotes). Estaba seguro que su propio sistema agrícola era la causa de que su civilización peligrara.
—No tenemos tiempo. Quiero soluciones para salvar nuestra civilización.
El motivo de su preocupación era que su agricultura se basaba en derribar árboles y arbustos para, después quemarlos y poder sembrar las tierras cuando comenzaban las lluvias. La civilización Maya había explotado la tierra de una sociedad que contaba con un carácter tribal, dando cima a sus soberbias creaciones. Así, la agricultura fue sustituyendo y complementando a la caza y la pesca.
Uno de los sacerdotes se atrevió a decir:
—Gran Halac, debemos encomendarnos a Itzamná y hacer nuevas ofrendas a Hunab Ku.
Los Nacom se miraron y pidieron la palabra.
—El fin se acerca. ¡Los híbridos nos castigarán!
Halac, molesto, por no obtener resultado alguno los echó de sus dominios.
Un hombre vestido con ropa blanca ceñida por el cuerpo, con un báculo y un viejo libro en las manos se presentó ante Halac.
—Gran Halac. Las escrituras hablan. Kinich está furioso. Pero aún podemos hacer algo para evitar el fin y que Ac Puch aparezca. Debemos dejar de cortar árboles y devolver el agua a la tierra. Solo así evitaremos el fin.
Halac lo miró pensativo. Caviló un largo rato. Luego ordenó que alojaran al anciano cerca de su aposento. Ordenó a los Nacom que ejecutasen lo que el hombre decía.
Pero fue tarde y la civilización desapareció como predijo el calendario.
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