Este relato participa en el reto de noviembre del blog Medium #relatosFaro @divagacionistas
En lo alto de un acantilado azotado por vientos implacables, se erige un faro solitario. Su torre, envejecida por el salitre y los años, desafía al tiempo con una dignidad inquebrantable. Cada noche, su luz parpadea en la oscuridad infinita del océano, con un destello constante entre las sombras que se desploman sobre el mar. No hay barcos que lo visiten ni voces que lo llamen, pero su misión sigue intacta: guiar a quienes se aventuran en la profundidad del horizonte marino.
El guardián del faro, un hombre tan viejo como la estructura misma, pasa sus días en silencio. Su única compañía es el sonido rítmico de las olas rompiendo contra las rocas y el canto lejano de las aves marinas. No necesita más. Ha aprendido a entender los caprichos del viento y a leer el lenguaje oculto en los cambios de la marea. Las estaciones pasan, las tormentas rugen, pero él permanece, fiel a su tarea.
Al caer la noche, el faro despierta una vez más, extendiendo su haz de luz sobre las aguas negras. Aunque nadie lo vea, aunque el mundo haya cambiado y olvidado su función, el faro sigue brillando. Es una promesa silenciosa, un faro de esperanza en la vastedad, inmune al paso del tiempo y al olvido. La soledad lo envuelve, pero su luz nunca se apaga.
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