Seguidores

viernes, 11 de octubre de 2024

Aquello que todo lo devora

 


Aquí puedes leer la primera parte de la historia Al final del sendero

Así termina la segunda parte El descubrimiento

"Me senté no muy lejos de la cueva, tras unos densos árboles. En la primera página solo había una frase:

"Los aldeanos han perdido todo rastro de humanidad. Macías".  

Dejé la mochila en el suelo, bebí un poco de agua y me acomodé dispuesta a terminar de leer el diario antes de que volviera a anochecer."


Continuación 


Volví a abrir el diario, con el pulso todavía acelerado al huir de la cueva. El crujir de las hojas llenaba el aire como una amenaza, y con cada página que leía, sentía cómo la historia del prior y el Cónsul se desvelaba como un espectro que aguarda ser liberado. Tras leer varias páginas, el trazo de la caligrafía se volvió más apresurado, como si hubiesen sido escritas en un estado de estrés frenético, a toda prisa:

"Han sido días interminables desde que el Cónsul ordenó la clausura del castillo. Los aldeanos, que una vez nos brindaron sus servicios leales, se han vuelto salvajes, irreconocibles. Los rumores de la maldición corren por las calles como un veneno que todo lo contamina. Se dice que los pozos están malditos, que el agua que bebemos nos transforma, pero yo, yo he visto algo más profundo en sus ojos. No es la maldición lo que les devora, es el miedo. Un miedo que crece como una sombra en sus corazones."

Mis manos temblaban mientras continuaba la lectura. ¿Una maldición? ¿Un miedo que destruye a las personas? ¿Podía ser esa la causa del colapso de los habitantes del castillo y los aldeanos? La idea me resultaba inquietante, seguí leyendo con el corazón en vilo.

"La noche pasada, los guardias capturaron a una de las aldeanas cerca de los muros del castillo. Decía que su familia había sido devorada por bestias que ya no eran humanas. Sus ojos estaban desorbitados, y sus palabras teñidas de histeria. Federico, ordenó su silencio inmediato, temiendo que sus gritos despertaran una rebelión. Pero yo la escuché en la oscuridad de los pasillos antes de que se la llevaran: «Él vendrá por nosotros. Él vendrá a por todos».

Tuve que detenerme un momento. El sonido de las palabras se interpuso a las que había encontrado en la cueva: «Tú vendrás conmigo». Algo o alguien había aterrorizado a aquella gente, algo que iba más allá de toda lógica. Respiré profundamente y continué:

"Anoche, mientras las estrellas brillaban sobre nuestras cabezas, oímos los primeros alaridos. Las puertas del castillo resistieron la embestida de esas criaturas... pero no por mucho. Uno a uno, mis hermanos han desaparecido. El Cónsul no confía en nadie, pero yo sé que esto no puede ser solo obra de hombres. Algo maligno, algo que hemos despertado, nos reclama. Él habla de sacrificios, de cerrar el círculo. Yo ya no sé en quién confiar."

El relato del diario se volvía cada vez más sombrío, cada palabra escrita era una desesperación palpable. Cerré los ojos por un momento, sintiendo el peso del tiempo y de los secretos que aquel castillo había sepultado en sus entrañas. Al abrirlos de nuevo, noté que el cielo se teñía de anaranjado, y a lo lejos el crepúsculo emergía. Me dije que era mejor leer la última página antes de que la noche fuera total.

"Hoy, los muros del castillo han caído. Las criaturas ya no son solo leyendas. He visto sus ojos brillantes en la noche, moviéndose entre las sombras. No hay salvación. Federico ha sucumbido a la locura, convencido de que podrá detener lo inevitable con su acero y su título. Yo he tomado la daga y el anillo, y me he escondido en la cueva donde los sabios ancianos sellaron el poder de esta maldición hace siglos. Tras ocultarlos debo morir para que nadie los encuentre jamás. Si alguien hallase este diario, que sepa que la maldición no puede ser derrotada por la fuerza. Debe seguir las indicaciones del diario y éste nunca debe dejar está cueva, si eso sucediera, el mal regresaría de nuevo. Solo quien entienda su origen podrá detenerla."

Mis dedos rozaron el borde del anillo que había encontrado junto al diario. Las palabras de Macías resonaron a en mi mente, «¡no puede abandonar la cueva!». ¡Y yo, estaba fuera de ella! El anochecer ya estaba sobre mí, y con él, una extraña sensación de que algo, o alguien, estaba cerca. El aire volvía a oler a azufre. Agarré el oráculo con fuerza, y me dirigí de nuevo a la cueva...


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Convocatoria juevera

  Convocatoria juevera, cada jueves un relato, 17 de octubre:             ¡El Lobo Feroz! La leyenda del lobo feroz ha sido contada a lo lar...