«Un manto de estrellas recorre el universo infinito y perverso que destapa el árbol solitario, y te invita a madurar. Sin embargo yo fui más allá».
Continuará...
Así termina la primera parte de "Al final del sendero". Qué podéis leer Aquí
Capítulo 2
Absorta en mis reflexiones, rodeé los muros del castillo buscando la entrada que supuse estaba al otro lado. Un cervatillo corrió asustado a través de espesos matorrales. Seguí sus pasos. Algo extraño flotaba en el aire, como un sabor amargo; incluso el olor parecía tan fuerte como el arsénico. Y allí, oculta entre la maleza, bajo los muros del castillo, a los pies de la montaña, aparecía la entrada de una cueva. Los arbustos daban la sensación de haber mutado de un color rojo a púrpura. Dudé si entrar. Tal vez era un lugar sagrado que yo iba a profanar. Pero entonces percibí el olor del azufre y eso me inquietó. No obstante, no hizo que desistiera.
En aquel lugar hacía muchos años que el tiempo se había estancado. No tengo excusa, lo sé, y es que mi curiosidad puede conmigo y esta no fue una excepción. Encendí mi linterna y entré en la cueva. Las paredes eran de granito, pero cubiertas de hollín, seguramente a causa de un incendio, por qué todo el interior estaba negruzco. Sentí un vacío insondable, como si me precipitara de cabeza a un precipicio. Por un momento la linterna se apagó. Fue a penas unos segundos en los que puedo jurar que vi algo cruzar ante mí con tanta rapidez que no logré definirlo.
Acaricié mi oráculo de la suerte, que colgaba de mi cuello con fuerza. Caminé despacio, pero convencida hasta llegar a un pequeño recoveco de apenas unos 50 centímetros. En el suelo habían escrito con turmalinas negras, las palabras: «Tú vendrás conmigo». No pude evitar estremecerme. ¿Qué significado tenía? Me dije. Enfoqué con la linterna hacia el reducido espacio y pude ver restos de algo envuelto en tela, cubierto de ceniza y hollín.
Tiré de una esquina y logré sacar los restos de un trozo de tela roída por el tiempo, que protegía el diario del prior del castillo, bajo las órdenes del Cónsul Federico el grande. Junto a él, una pequeña daga con mando curvo y un anillo cuyo el sello supuse fue del Cónsul. ¿Por qué ocultaría el diario aquí? Fue lo primero que pensé. No sé por qué tuve la necesidad imperiosa de salir de la gruta a toda prisa. Tal vez, coaccionada por la presencia que no veía, pero que percibía como si estuviera siendo observada. Corrí hasta salir de la cueva.
Me senté no muy lejos de la cueva, tras unos densos árboles. En la primera página solo había una frase:
"Los aldeanos han perdido todo rastro de humanidad. Macías".
Dejé la mochila en el suelo, bebí un poco de agua y me acomodé dispuesta a terminar de leer el diario antes de que volviera a anochecer.
https://bloguers.net/votar/NuriadeEspinosa
Hola Nuria me encanta la continuación, y esa lectura en el diario, "los aldeanos han perdido su humanidad", da para más.
ResponderEliminarUn abrazo!
Gracias Dakota, me alegro que te guste. Un abrazo
EliminarQué pondría el diario? Supongo que habrá una continuación de la historia. Un abrazo.
ResponderEliminarLa habrá Federico, un abrazo grande
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