En el vasto tapiz de la conciencia, el pensamiento danza como un alétheia escurridizo, revelando y ocultando verdades con cada giro. No es una línea recta, sino una ciclogénesis de ideas: una espiral que se engendra a sí misma entre neblinas de duda y ráfagas de certeza.
Pensar no es acumular datos como un scripófilo colecciona boletos, sino decantar el caos interno con la sutileza de un lúcido onironauta, capaz de navegar los intersticios del ser sin naufragar. A menudo, confundimos pensar con rumiar, cuando en realidad el pensamiento auténtico es un taumaturgo silencioso, capaz de transformar una sensación muda en una epifanía resonante.
Nuestros pensamientos son palimpsestos mentales, donde cada nueva idea reescribe, pero no borra, las huellas de las anteriores. Son fugaces chiméricas, criaturas híbridas entre lo vivido y lo soñado, entre lo lógico y lo visceral.
Pensar, al final, es un acto de valentía: enfrentarse al abismo de lo incierto con la única linterna de la consciencia. Y en esa penumbra creadora, el pensamiento se revela como una forma de auroridad, una luz que no viene del sol, sino de una misma.
Propuesta de esta semana en DVArtist Friday Face OFF de Nicole Campanela
Acuarela tonos pastel, juventud
En la vejez
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