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miércoles, 18 de noviembre de 2020

El príncipe de Sade





 

#LetrasParalelas 

Cada año, en el  tradicional baile de máscaras, los aristócratas se reunían en el palacete del príncipe Gasby, conocido por sus devaneos amorosos y por fundamentar su vida en el lujo y el hedonismo. Aquella noche, una joven y él, copulaban en el baño. Su esposo los descubrió e intentó marcar el rostro del príncipe con un cuchillo, pero la servidumbre lo impidió; después el desesperado esposo se fue a coquetear con otra moza. 
El color rojo de la máscara que llevaba Gasby en la abadía durante el baile resaltaba sobre el resto de máscaras: todas decoradas con bellas plumas de color negro, plateado y doradas.
La violencia, la codicia y la muerte formaban parte de la vida del príncipe. Reunidos los aristócratas en el que sería su último baile de máscaras para muchos de ellos. La muerte roja, que durante meses mató gente de la comarca, esta noche se cebaría con la aristocracia. En la séptima sala se pavoneaba una muchedumbre de pesadillas, bufones, músicos y bailarines. 
Sonó una ruidosa campanada del gigantesco y estruendoso reloj que perturbó a todos los presentes. En cada nueva campanada se producía el mismo estremecimiento, el mismo escalofrío y el mismo sueño febril. La sangre roja, muy roja, no abandonaba la mente de los invitados. 
Las salas fueron construidas al estilo gótico, con altos techos, cuya bóveda se hallaba decorada excéntricamente para el goce de los lujosos moradores. Pero la abadía y su fortaleza no les salvarían del terrible final. Cada salón pintado de un color a cuál más extravagante sería su pesadilla final. El enorme reloj de ébano seguía con su incesante tic, tac, y su estrepitosa campanada paralizó el baile. Apareció, ante los alegres vespertinos, un espectro enmascarado, que parecía un cadáver cubierto de manchas de sangre y vestido con un sudario. La desesperación y el terror se apoderaron de todos los presentes en las salas de baile, reconociendo la presencia de la muerte roja. Tras pasearse de la sala púrpura y de ella a la sala naranja, hasta recorrer las 7 salas, el príncipe aterrado intentó huir, pero el fantasma lo alcanzó en la sala de los terciopelos, cayendo muerto sobre la fúnebre alfombra. Los invitados fueron muriendo uno a uno. Las llamas de los trípodes se extinguieron y la muerte roja se expandió por toda la abadía, adueñándose de sus dominios y terminando con una aristocracia de bacanal y lujuria que dejaba al pueblo en la absoluta miseria. 













12 comentarios:

  1. Buena reinterpretación, Nuria. Enhorabuena.

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  2. Hola, Nuria, un relato al estilo del siglo XVIII, pero con un fantasma en el castillo... La aristocracia a lo suyo, como siempre.
    Un abrazo. :)

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    1. Jajajaja, vaya, este príncipe de Sade le encanta el hedonismo. Un abrazo

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  3. Muy bien ambientado, corto con mucho impacto. Abrazo, Themis

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  4. Hola Nuria, un relato que es actual en el sentido de que siempre hay alguien que oprime al pueblo. En este caso, se nivelan un poco las cosas y se hace justicia a traves de esta "muerte roja". Un muy buen relato, con muy buenas descripciones y un excelente mensaje. Saludos.

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    1. Gracias Ana, me alegra que te haya gustado. La muerte roja fue la mano justiciera a tanto abuso. Un abrazo

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  5. La muerte roja puede ser un virus que no entiende de rangos sociales. Muy buena analogía. Un abrazo.

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  6. Trágico relato con una muerte que avanza sin distinguir clases ni condiciones.
    Un fuerte abrazo :-)

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    1. Así es Miguelángel, la muerte no tiene ninguna impunidad ni miramientos. Un abrazo

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