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miércoles, 11 de agosto de 2021

La Vampira Clarimonda




Romualdo, anciano, lamentaba la ausencia de la vampira y empezaba así su historia... 


Esa mujer, de cuerpo esbelto, larga melena y profundos ojos me sedujo. Su cuerpo fue mi perdición.

—Vendrás conmigo y me seguirás donde desee. Dejarás ese horrible hábito y serás mi amante.

Pero no consiguió alejarme de la consagración. Sin embargo tiempo después recibí el encargo de velar el cadáver de Clarimonda que había fallecido en el palacio. Desposeída de toda fuerza, rodeada de un atractivo sensual quedé como

hipnotizado por el aroma de las flores orientales y la atmósfera que flotaba en el ambiente unida a su belleza conservada, no pude hacer más que darle un beso de arrepentimiento en los labios sin saber que así sellaba su amor.

Sin pretenderlo la resucité de entre los muertos convirtiéndola en vampira.

A través del sueño, me vendó los ojos, y me enseñó una vida de desenfreno, lujuria y fornicación,  donde me visitaba cada noche y despertando cada día de nuevo en mis aposentos lo cual me dejaba completamente aturdido.

Pero Clarimonda, solo me utilizó para beber cada noche su dosis de sangre. 

Acepté castigado por la seducción que en mí provocaba. La amaba más allá de mi perdición. El abad me visitó haciéndome ver que debía despojarme de aquella obsesión. Me arrastró hasta su ataúd; allí dormía en la oscuridad de palacio. El abad la roció con agua bendita mientras le iba haciendo la señal de la cruz y entonces ella se convirtió en polvo.

El abad la destruyó pero no su recuerdo. La amo y pagué un alto precio. Ni siquiera mi devoción por Dios ha logrado que dejase de amarla.


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