En el valle

 

Las palabras de los viernes: «girasol»

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En el valle, donde la luz se cuela entre los pliegues de las montañas, un girasol se erige como un ser singular. No es la altitud ni la excentricidad de su tallo lo que le hace diferente, sino su luminosidad. Los otros girasoles, sumidos en su rutina de seguir el sol, parecen diminutos ante su esplendor. 

Su tallo, robusto, pero elegante, se retuerce en una espiral casi mística, como si fuera un torbellino de energía capturada de la tierra. Las hojas, grandes y cerosas, brillan como espejos, reflejando el cielo azul intenso de una primavera que se niega a irse. Los vientos suaves no lo doblegan, y el girasol se mantiene firme, un faro de alegría en un campo que ya empieza a ser anaranjado al caer la tarde. Nadie sabe a ciencia cierta por qué ese girasol destaca, pero en su quietud reside la certeza de que es el guardián del valle, el último vestigio de una etérea belleza.

Dos niñas, Elena y Clara, pasean entre los girasoles. El sol se filtra a través de las hojas doradas y, al llegar frente al girasol único, Clara se detiene, mirando con curiosidad.

— ¿Lo ves, Elena? — dice Clara, señalando con el dedo el girasol que destaca entre los demás, como si estuviera en un reino propio. 

—Es... distinto, como si tuviera un brillo especial.

Elena frunce y se acerca, tocando una de las hojas de los otros girasoles. 

— Todos son iguales... —observa, sin apartar la vista de las flores alrededor.

Clara sacude la cabeza, con sus ojos fijos en el girasol. 

— No, no es lo mismo. Este... este parece estar absorbiendo toda la luz. Míralo bien, su tallo tiene algo raro. Como si se moviera solo.

Elena observa, más curiosa que antes. — ¿Crees que pueda hablar? — pregunta con una sonrisa traviesa.

— Si pudiera, seguro diría algo sabio. Algo que nos hiciera entender por qué brilla tanto.

Ambas se quedan en silencio un momento, observando el girasol, como si esperasen que revele su secreto.