El valle de los halcones

 

José Antonio Sánchez, desde su blog Acervo de letras en el VadeReto de este mes, la propuesta es escribir sobre:

                     LA SOLEDAD

El gato atigrado seguía mirándola desde la estantería del escaparate. «Y tú, ¿por qué me miras así?», pensó para sus adentros. El gato no replicó, principalmente porque era de peluche. Alana siguió su camino por el centro comercial. Estaba atestado de gente, claro que el sábado era normal, lo contrario habría sido anómalo. Un niño conducía un miniauto esquivando a la gente mientras su mamá corría detrás, exigiéndole que no fuera tan rápido. Alana frunció el ceño. «Estos mocosos son todo un peligro», murmuró. Sonó su móvil. Descolgó, era Ana, su hermana. 

—¿Mamá, pregunta si vendrás a cenar? —dijo en tono burlón.

—Sabes tanto como yo. Regresaré tarde, muy tarde, o quizás no, y no, no iré a cenar. 

—¿Qué quieres decir? 

Colgó.

El bullicio en el centro comercial empezaba a ser agobiante. Demasiada gente de un lado a otro. En ese mismo instante, la sombra abrumadora de lo que durante meses ignoró emergió con fuerza, mostrando la soledad que sentía, la ausencia de silencio, la tristeza que se siente por un sueño no logrado, la carencia de un lugar donde el tiempo y el silencio sean su única compañía. «No, no pienses.» «No dudes de ti misma». «A pesar del gentío que te rodea, tu soledad es agónica, perturbadora, y solo tú puedes evitarla.» Gritó una voz en su interior. Su respiración se aceleró, todo parecía dar vueltas a su alrededor. Acercó temblorosa las manos a un banco tan duro como una piedra y logró sentarse. Respiró profundamente y se enfadó con su yo interior. «Porque dejas que muestre mi debilidad», protestó. Apoyó la cabeza sobre sus manos. ¡Otra vez estaba pasando! Los pasillos vacíos, y distorsionados, parecían no tener fin, como si fueran a devorarla. Percibió un sabor amargo y metálico en la boca. 

Sintió ganas de vomitar, pero logró contener las náuseas. La única forma de escapar de su vida solitaria, era huir lejos, como siempre había planeado en sueños: la ruta a las montañas rocosas del Himalaya, lo suficientemente lejos para conseguir la soledad que tanto anhelaba y mantener su espíritu libre como el viento. Sacó el sobre que durante meses llevaba en su bolso y lo echó dentro de un buzón de correos. «Adiós familia, murmuró entre dientes». En la papelera tiró el pintalabios, la polvera, el perfume y todo lo que pudiera recordarle un mundo podrido por las parejas y sus retoños que tanto odiaba. Ella era diferente, bohemia, sabía cuál era su meta, su destino, su objetivo. ¡Ella repudiaba lo convencional! Entró en la tienda de artículos de senderismo: compró una mochila, un saco de dormir, y mantas, dos cantimploras, dos fiambreras, linternas, pilas y ungüento para los dolores y heridas. Después entró en el supermercado y compró provisiones, semillas, y comida seca envasada al vacío. Se cambió en los lavabos y sin pensar en nadie subió a un taxi, luego a un avión y finalmente a una guagua que la llevó hasta el camino donde se inicia el trayecto hacia el valle de los halcones. Solo le separaban siete lunas para lograr su objetivo: la soledad absoluta, el silencio, el reencuentro del karma y la conexión con el limbo más oculto dentro de su alma. Solo el hecho de sentir el frescor del entorno en su rostro ya la hacía feliz. Pensó que si algo salía mal, moriría satisfecha y sola como ella deseaba. Y si alcanzaba la cumbre con éxito, seguiría viajando por las rutas de esos parajes solitarios,  silenciosos y toscos.

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