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martes, 2 de septiembre de 2025

Destellos


 
Propuesta de septiembre de Ginebra desde su blog Serendipia Variétés

                  FANTASÍA 


En un lugar donde los colores no eran simples pigmentos, sino fuerzas vivas que tejían destinos, habitaba Arelia. Su piel, aunque parecía humana, era un lienzo mutable: absorbía las manchas del mundo y las transformaba en destellos de magia. Sus ojos, ocultos tras enormes gafas de cristal oscuro, no veían el mundo de la manera común: en vez de formas, percibían las esencias, los latidos ocultos en cada piedra, cada brizna de hierba, cada estrella.

Se decía que Arelia había sido tocada por la Lluvia Cromática, un fenómeno en el que el cielo derramaba no agua, sino tintas vivas. Desde entonces, iba por los caminos con el cabello recogido en un nudo desordenado, la silueta manchada de verdes, azules y magentas que nunca terminaban de secarse, como si el universo entero hubiera decidido firmar en ella su propia obra.

Los que miraban quedaban fascinados: donde ella caminaba, brotaban flores lumínicas, aquellas que nadie había sembrado. Si extendía la mano, un chorro de color podía desprenderse y tomar forma de un ave luminosa que revoloteaba antes de desvanecerse. Pero también se murmuraba que su don no era un regalo, sino un arma: que quién la enfurecía quedaba atrapado en un torbellino de pigmentos que borraba su figura hasta convertirla en simple sombra sobre el suelo.

Un día, las manchas de su piel, y los colores parecían agitarse, más vivos que nunca, como si quisieran escapar de su cuerpo. Fue entonces cuando comprendió: los tonos estaban llamándola hacia la Fuente Prisma, un manantial secreto donde el primer arcoíris se había dormido, y cuyo poder podía desatar o restaurar el equilibrio del mundo.

Arelia emprendió el viaje. Las gotas de color estallaban a su alrededor como fuegos artificiales diminutos, marcando el camino. Cada paso que daba no era sobre tierra, sino sobre posibilidades: la posibilidad de un mundo nuevo, la posibilidad de un lienzo aún en blanco.

Fue así cómo entre manchas vivientes y sombras expectantes, Arelia se convirtió no solo en viajera, sino en pincel del destino.





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