Ginebra desde su blog Serendipia no hace esta interesante propuesta:
En estas fechas estivales hay algo que adquiere verdadero protagonismo: la fotografía.
Ella nos hace perpetuar esos instantes y escenarios que hemos vivido y disfrutado, y que deseamos atraparlos en el tiempo para siempre.
Recurrimos muchas veces a esos pedacitos de nuestro viaje de la vida, para memorar con nostalgia; alegría o cualquier emoción que nos produzca, aquello que hay detrás de esa imagen plasmada.
Así pues, y en este caso, dedicaremos los meses de julio y agosto al reto que, como ya habréis podido imaginar, será sobre la fotografía.
"Trent Parke es un destacado fotógrafo australiano conocido por su enfoque en la vida cotidiana y la exploración de la condición humana.
Su obra a menudo se caracteriza por una narrativa visual intensa y emotiva, con un uso magistral de la luz y la sombra para crear atmósferas impactantes.
Parke es miembro de la agencia Magnum Photos y ha recibido numerosos premios por su trabajo, que abarca desde la fotografía en blanco y negro hasta la experimentación en color, y a menudo se adentra en temas personales y sociales de gran profundidad".
Entre la bruma...
En el claroscuro de una mañana entintada de bruma, deambulaba entre árboles que susurraban con hojas de plata y aire que parecía hecho de recuerdos evaporados. Aquel instante no era tiempo, era una interludia, una grieta entre los segundos donde el alma podía hablar sin que el mundo la interrumpiera.
La niebla se enroscaba en sus tobillos como memorias que se niegan a desprenderse. Caminaba solo, aunque acompañado por una legión de pensamientos impronunciados, esos que nunca encuentran voz pero pesan como maletas llenas de ausencias.
En su mano, un maletín viejo —no de cuero, sino de añoranza endurecida—, guardaba no documentos, sino los trozos dispersos de su historia: una carta sin destinatario, una pluma sin tinta, una fotografía que ya no mostraba rostros sino sonidos visuales de lo que fue.
La luz caía oblicua, tajante, como si el cielo mismo intentara cortar la realidad en dos: lo vivido y lo que queda por vivir. Y en ese intermedio, en esa interlucidez entre sombras y soles, Silvio sintió el peso de lo efímero. No como carga, sino como revelación.
La vida —comprendió en esa marcha suspendida— no es una línea recta, sino un mapa de atardeceres sin brújula, una sucesión de instantes embriagados de belleza que solo pueden verse con los ojos cerrados y el pecho abierto.
Así siguió caminando, no hacia el futuro, sino hacia sí mismo. Porque a veces, el verdadero destino no es un lugar, sino una epifanía en la niebla. Y ahí, donde todo parece perderse, a veces, uno se encuentra.
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