"Mi madre con su tristeza preparando la tarta para el funeral."
Juguemos con el olfato
Propuesta para el jueves de Rossana y Patricia. Para más información entra en su blog 👉 Artesanos de la palabra
"ESE SERÁ EL TEMA, el olfato, los aromas, las evocaciones que surgen de la nariz y se cuelan hasta el cerebro y despiertan recuerdos dormidos."
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En la penumbra de mi memoria, atesoro un hecho cargado de un amargo aroma que el tiempo no ha logrado disipar. Un perfume luctuoso y ajado, un hálito de flores mustias que se incrustaron en mi conciencia el día en que mi abuelo exhaló el último aliento. Ese olor áspero de la muerte, aún hoy, logra erizarme la piel. Es el aroma de la ausencia, de la voz que jamás volveré a escuchar, pronunciar mi nombre con ternura.
Sin embargo, la vida se abrió paso el día de su funeral y el contraste, se alzó con otro aroma más cálido y consolador: el de la tarta de galletas y chocolate que preparó mi madre con un esmero casi ceremonial. El aire emanaba el olor del cacao fundido, de la dulzura húmeda de las capas de galletas que se apilaban con paciencia. Ese aroma fue un abrazo invisible para una niña de apenas doce años.
Me sorprenden unas lágrimas al recordarlo. A veces logro contenerlas cuando esas notas gustativas reaparecen en algún rincón inesperado: en una confitería, en el vapor que escapa de una cocina ajena, en el sonido imprevisto de una celebración infantil. Es un llanto cristalino, no siempre de pena, sino de sobrecogimiento, de sentir que lo vivido permanece latiendo en la textura invisible del corazón.
Entre la severidad del olor fúnebre y la dulzura de la tarta, mi infancia se alzó como un territorio contradictorio de dolor y ternura. Allí convivieron el desgarro de la pérdida y la caricia protectora del afecto materno. Recuerdo con nitidez los rostros de aquellos momentos, y por supuesto las palabras de mamá, pero esos perfumes —espectral el uno, entrañable el otro— han quedado fijados como tatuajes olfativos y cicatrices en custodia dentro de mí, herida y bálsamo, la prueba inequívoca de que hay aromas que no se desvanecen jamás.
Hola Nuria, realmente una historia conmovedora, esos aromas que evocas, en especial el de la muerte, esa situación en especial me es muy familiar y me ha traído recuerdos, siempre tuve la sensación de que se olor no se va del sitio donde se encontraba el fallecido.
ResponderEliminarMe gustó mucho esa comparación entre el aroma del chocolate y el cuerpo.
Es una historia muy real, que sin dudas en otros tiempos fue la vida cotidiana.
Realmente me ha gustado mucho tu historia.
Muchas gracias por participar de nuestra propuesta.
Un abrazo.
PATRICIA F.