Escribir a partir de una conversación
Cristina Rubio desde Comunidad Alianzara Nos propone escribir un relato original a partir de palabras o frases que hayas oído en una conversación. El relato no debe superar las 900 palabras. La fecha límite para participar es el 31 de enero.
**********
Durante la tradicional Quema del Demonio, en medio del bullicio de la multitud, capté una escena que me sacudió el corazón. Un hombre reprendía severamente a su hijo, mientras el estruendo de la feria envolvía el ambiente.
—No probarás nada en la feria —sentenció el padre con dureza—. Y olvídate de salir con tus amigos.
—Pero, papá… —protestaba el muchacho, cuya voz apenas se alzaba sobre el vocerío—. No puedo con las matemáticas, no las entiendo, no me entran en la cabeza.
El padre, inflexible, no cedía terreno.
—O apruebas —dijo con severidad—, o pasarás todo el verano en un internado. ¡Tu abuelo era ingeniero! Y tú, te guste o no, debes ser científico. Es su herencia, pero solo la recibirás si cumples con su deseo.
El muchacho, que no aparentaba más de trece años, bajó la cabeza y murmuró con resignación:
—No quiero su herencia. No la pedí.
Fue entonces cuando, incapaz de contener mi indignación, intervine. En ese tumulto donde parecía que nadie prestaba atención, me acerqué lo suficiente y con voz firme, pero no exenta de rabia, le dije al hombre:
—¿Alguna vez le ha preguntado a su hijo qué quiere ser? Tal vez, si dejara de presionarlo, las matemáticas le irían mejor.
El hombre me miró con desdén, ofendido por mi atrevimiento.
—Métase en sus asuntos, señora —replicó, con evidente irritación.
Cogió a su hijo del brazo y, sin más, se lo llevó entre la multitud. Desaparecieron entre la marea de gente, buscando quizá un rincón donde nadie pudiera interferir. Sin embargo, antes de que se alejaran del todo, el niño me lanzó una sonrisa llena de gratitud, una expresión que me conmovió profundamente. Aquella pequeña muestra de agradecimiento fue suficiente para apaciguar mi furia, pero me dejó un amargo sabor. Ya no tenía ánimos de esperar la Quema del Demonio, así que decidí marcharme.
No volví a pensar en el incidente hasta unas semanas después, cuando, inesperadamente, me encontré de nuevo con aquel muchacho. Me reconoció enseguida y se acercó con una determinación sorprendente para alguien de su edad.
—Gracias, señora —dijo, con la firmeza de un adulto—. Lo que me dijo aquella tarde me hizo darme cuenta de que yo también puedo decidir qué quiero ser cuando sea mayor.
Me quedé en silencio, impresionada por su madurez, mientras él continuaba:
—Le conté a mi madre lo que ocurrió, y ella se enfadó mucho con mi padre. Le dijo que el abuelo nunca habría querido imponerme las matemáticas. La verdad sobre la herencia era otra: mi abuelo solo puso esa condición si yo mostraba interés en su pasión, pero si no, no importaba. Mi padre, al principio, se molestó, pero luego, para mi sorpresa, recapacitó. Me pidió disculpas y me hizo la pregunta que nunca antes me había hecho.
El muchacho hizo una pausa, como si estuviera reviviendo aquel momento crucial.
—“¿Qué quieres estudiar, hijo?”, me preguntó.
Yo, nervioso, le respondí: “Biólogo, papá”. Pensé que volvería a enojarse, pero en lugar de eso, me abrazó con lágrimas en los ojos. Me dijo que no me conocía realmente, pero que estaba muy orgulloso y mi abuelo también lo estaría.
Emocionada, no pude contener una sonrisa.
—Hijo —le dije conmovida—, no te conozco, pero me alegra tanto como si fueras mi propio nieto.
El muchacho me devolvió la sonrisa, y con una madurez que me asombraba, añadió.
—Gracias, señora. Ojalá más personas se atrevan a intervenir cuando ven una discusión. A veces, unas palabras pueden hacer que alguien recapacite.
Lo observé mientras se alejaba, dejándome con una reflexión que jamás olvidaría: en aquella escena, no había sido yo quien había dado una lección al muchacho; era él quien, con su increíble madurez, me había enseñado una lección de vida.
Bonita historia, no siempre es fácil intervenir en algo ajeno, aunque ocurra en la vía pública, hay un riesgo ante la reacción de la otra u otras personas, pero cuando vemos la injusticia es complicado ignorarla. Por fortuna tu historia tiene un final feliz, muchos padres no logran conocer las inquietudes de sus hijos ni menos potenciarlas.
ResponderEliminarUn beso dulce y dulce fin de semana.
No deja de molestar que haya padres que por el mero hecho de serlo, se crean con derecho a decidir con qué trabajo deben ganarse la vida sus hijos. Fíjate que algunos se atreven incluso a bautizarlos en base a sus creencias y costumbres, sin tener en cuenta las que tendrá el hijo cuando empiece a pensar por sí mismo sobre algo tan privado y personal. Injusto y aborrecible, sin duda.
ResponderEliminar