Escribir a partir de una conversación
Cristina Rubio desde Comunidad Alianzara Nos propone escribir un relato original a partir de palabras o frases que hayas oído en una conversación. El relato no debe superar las 900 palabras. La fecha límite para participar es el 31 de enero.
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Durante la tradicional Quema del Demonio, en medio del bullicio de la multitud, capté una escena que me sacudió el corazón. Un hombre reprendía severamente a su hijo, mientras el estruendo de la feria envolvía el ambiente.
—No probarás nada en la feria —sentenció el padre con dureza—. Y olvídate de salir con tus amigos.
—Pero, papá… —protestaba el muchacho, cuya voz apenas se alzaba sobre el vocerío—. No puedo con las matemáticas, no las entiendo, no me entran en la cabeza.
El padre, inflexible, no cedía terreno.
—O apruebas —dijo con severidad—, o pasarás todo el verano en un internado. ¡Tu abuelo era ingeniero! Y tú, te guste o no, debes ser científico. Es su herencia, pero solo la recibirás si cumples con su deseo.
El muchacho, que no aparentaba más de trece años, bajó la cabeza y murmuró con resignación:
—No quiero su herencia. No la pedí.
Fue entonces cuando, incapaz de contener mi indignación, intervine. En ese tumulto donde parecía que nadie prestaba atención, me acerqué lo suficiente y con voz firme, pero no exenta de rabia, le dije al hombre:
—¿Alguna vez le ha preguntado a su hijo qué quiere ser? Tal vez, si dejara de presionarlo, las matemáticas le irían mejor.
El hombre me miró con desdén, ofendido por mi atrevimiento.
—Métase en sus asuntos, señora —replicó, con evidente irritación.
Cogió a su hijo del brazo y, sin más, se lo llevó entre la multitud. Desaparecieron entre la marea de gente, buscando quizá un rincón donde nadie pudiera interferir. Sin embargo, antes de que se alejaran del todo, el niño me lanzó una sonrisa llena de gratitud, una expresión que me conmovió profundamente. Aquella pequeña muestra de agradecimiento fue suficiente para apaciguar mi furia, pero me dejó un amargo sabor. Ya no tenía ánimos de esperar la Quema del Demonio, así que decidí marcharme.
No volví a pensar en el incidente hasta unas semanas después, cuando, inesperadamente, me encontré de nuevo con aquel muchacho. Me reconoció enseguida y se acercó con una determinación sorprendente para alguien de su edad.
—Gracias, señora —dijo, con la firmeza de un adulto—. Lo que me dijo aquella tarde me hizo darme cuenta de que yo también puedo decidir qué quiero ser cuando sea mayor.
Me quedé en silencio, impresionada por su madurez, mientras él continuaba:
—Le conté a mi madre lo que ocurrió, y ella se enfadó mucho con mi padre. Le dijo que el abuelo nunca habría querido imponerme las matemáticas. La verdad sobre la herencia era otra: mi abuelo solo puso esa condición si yo mostraba interés en su pasión, pero si no, no importaba. Mi padre, al principio, se molestó, pero luego, para mi sorpresa, recapacitó. Me pidió disculpas y me hizo la pregunta que nunca antes me había hecho.
El muchacho hizo una pausa, como si estuviera reviviendo aquel momento crucial.
—“¿Qué quieres estudiar, hijo?”, me preguntó.
Yo, nervioso, le respondí: “Biólogo, papá”. Pensé que volvería a enojarse, pero en lugar de eso, me abrazó con lágrimas en los ojos. Me dijo que no me conocía realmente, pero que estaba muy orgulloso y mi abuelo también lo estaría.
Emocionada, no pude contener una sonrisa.
—Hijo —le dije conmovida—, no te conozco, pero me alegra tanto como si fueras mi propio nieto.
El muchacho me devolvió la sonrisa, y con una madurez que me asombraba, añadió.
—Gracias, señora. Ojalá más personas se atrevan a intervenir cuando ven una discusión. A veces, unas palabras pueden hacer que alguien recapacite.
Lo observé mientras se alejaba, dejándome con una reflexión que jamás olvidaría: en aquella escena, no había sido yo quien había dado una lección al muchacho; era él quien, con su increíble madurez, me había enseñado una lección de vida.
Bonita historia, no siempre es fácil intervenir en algo ajeno, aunque ocurra en la vía pública, hay un riesgo ante la reacción de la otra u otras personas, pero cuando vemos la injusticia es complicado ignorarla. Por fortuna tu historia tiene un final feliz, muchos padres no logran conocer las inquietudes de sus hijos ni menos potenciarlas.
ResponderEliminarUn beso dulce y dulce fin de semana.
Totalmente cierto, pocas veces he visto algo así, por no decir que solo lo he visto una vez, en otra ocasión fue un señor que abofeteó a su hijo de unos siete años y lo cogió bruscamente del brazo para llevárselo a rastras supongo que a su casa. Al ver la cara de pánico y las lágrimas del niño no pude evitar pararme frente a él y arriesgo de que me diera otro bofetón a mí, le dije que si no le daba vergüenza tratar así a un niño pequeño... El hombre enojado me dijo que se había portado mal. Yo le dije que a los niños se les educa a base de cariño y que iba a llamar a la policía. El hombre se puso blanco. Me prometió que no lo haría más, pero en el rostro del crío no parecía tener mucha seguridad. Varios hombres se pararon a oír lo que sucedía y aproveché para pedirle su nombre y apellido asegurándole que si volvía a ver qué pegaba al niño le denunciaría. Me dio su nombre y se fue llevándose al niño de la mano como si nada. El crío me miró con gratitud sin decir palabras. A los pocos días cuando iba al supermercado de compras una señora que llevaba el niño de la mano me paró: me dijo que gracias a mí intervención su marido había dejado de castigar y abofetear al niño por todo. Incluso el crío me dio las gracias. Yo me emocioné y solo pensé en ese pobre niño que sin pensar había logrado que tuviera una vida mejor, aunque a veces pienso en qué habría pasado si aquel energúmeno me hubiera soltado un bofetón. Un abrazo
EliminarNo deja de molestar que haya padres que por el mero hecho de serlo, se crean con derecho a decidir con qué trabajo deben ganarse la vida sus hijos. Fíjate que algunos se atreven incluso a bautizarlos en base a sus creencias y costumbres, sin tener en cuenta las que tendrá el hijo cuando empiece a pensar por sí mismo sobre algo tan privado y personal. Injusto y aborrecible, sin duda.
ResponderEliminarSin duda Cabrónidas, son demasiados los padres que se creen con derecho a decidir el futuro de sus hijos. Un abrazo
EliminarHola, Nuria, qué bonita historia. Difícil intervenir en una discusión, pero la irracionalidad del padre era abismal. Me sorprende la madurez del muchacho... Final feliz, mucho mejor biólogo, más bonito...
ResponderEliminarUn abrazo. 🤗
Cierto Merche, pero son de esos momentos en los que la indignación te hacen reaccionar sin pensar, y es que yo no puedo soportar ver a ningún niño sufrí por mucho que sea su padre o madre. Un abrazo
EliminarEs una buena lección muy pocos se paran la injusticia, Te mando un beso.
ResponderEliminarGracias Alexander, un abrazo
EliminarDesgraciadamente aún quedan algunos padres que quieren imponer el futuro de sus hijos. Un futuro que seguramente sería infeliz.
ResponderEliminarUn relato con moraleja y lecciones de vida, estupendo.
Y mejor aún, con un final feliz.
Me hubiese gustado saber cuál era la pasión del abuelo.
Disfruta del fin de semana, Nuria.
Besitos.
Hola Carmen, la pasión del abuelo era la física. Gracias por dejar tu huella. Un abrazo y feliz domingo
EliminarBuen relato. Arriesgado intervenir en una conversación así aunque en este caso tubo gratas consecuencias. Un abrazo!
ResponderEliminarTienes razón Lady, después lo piensa uno, pero se actúa por impulso lo cual en los tiempos que corren no es muy adecuado. Un abrazo
Eliminar¡Hola, Nuria!
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato. Especialmente el tema que has escogido y lo bien que lo has narrado. Con una gran sencillez y claridad expones algo muy difícil de transmitir en tan pocas palabras.
Me ha llamado la atención el comienzo con esa festividad de la Quema del Demonio, y de repente esa escena del padre reprendiendo a su hijo porque no se le dan bien las matemáticas. Me parece un contraste realmente interesante y con el que consigues captar la atención rápidamente.
La intervención de la narradora es determinante para el futuro del niño y, sin embargo, con una gran humildad, acepta que es ella quien ha aprendido del niño una lección. Y es una lección que no solo aprende la narradora sino también quien lee tu historia: “Ojalá más personas se atrevan a intervenir cuando ven una discusión. A veces, unas palabras pueden hacer que alguien recapacite”. Me parece una gran verdad: ¿Cuántas veces vemos u oímos algo que es injusto y por no meternos en asuntos ajenos no hacemos nada? Grandísima reflexión.
¡Muchas gracias por participar en el reto de este mes y un fuerte abrazo!
Gracias Cristina, realmente si a veces no se tuviese tanto miedo a intervenir y otras personas apoyasen estás intervenciones creo que el mundo iría mejor. Un fuerte abrazo
EliminarQué difícil se me hace imaginar esa situación en un entorno como el que lamentablemente suele verse por aqui en estos tiempos! Lo más probable es que si alguien se anima a intervenir en una discusión ajena, termine con un sopapo como recuerdo! Un abrazo y suerte con el evento
ResponderEliminarDesde luego Mónica, después lo piensas, pero en el momento no. Un abrazo
EliminarHola Nuria es una hermosa historia y tan real que me emociona leerla, porque sin dudas tantas veces ha pasado y tantas más sucederá esa situación donde algunos padres no solo no escuchan a sus hijos, sino que en ellos vuelcan sus deseos o frustraciones.
ResponderEliminarMe gustó mucho, realmente, en tu caso tuvo un final feliz, pero lamentablemente no siempre es así.
Un abrazo.
PATRICIA F.
Muchas gracias Patricia, me alegra que te haya gustado. Un abrazo
EliminarDe haber sabido escuchar, el padre se hubiera evitado un conflicto. Ser biólogo es una forma de ser un científico.
ResponderEliminarLa intervención tuvo un efecto positivo.
Un abrazo.
Gracias Demiurgo, me alegra que te guste. Un abrazo
EliminarAl final la biología es otro tipo de ciencia, esa herencia salió pero de otra manera. Me ha gustado la lección que deja.
ResponderEliminarPasa una gran semana Nuria!
Un besazo!
Gracias Morella, me alegra que te guste. Feliz semana. Un abrazo grande
EliminarMuy bueno Nuria, muchos casos así existen, me llevaste a un conocido que tenía que ser escribano le gustara o no pues todos por línea de su padre lo eran desde su bisabuelo, fue tal la presión que terminó la carrera, recibió su título de escribano, llegó a su casa se lo entregó al padre y le dijo que ahí tenía lo que él quería, pero él ya había encontrado trabajo de lo que siempre quiso ser: mecánico. Abrazo grande Themis
ResponderEliminarQué triste realidad Themis, los padres a veces solo quieren qué los hijos sean lo que ellos no pudieron ser. Un abrazo enorme.
EliminarUna situación interesante para traer al blog, Nuria. Afortunadamente cada vez se da menos, pero aún hay casos en que se imponen estas y otras situaciones. Aunque la reacción ante extraños suele ser la que comentas, en el relato ha tenido una función positiva el comentario.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo :-)
Sin duda Miguelángel, por suerte cada vez pasa menos, como muchos dicen... La evolución, para unas cosas bien, pero para otras mal. Un abrazo
EliminarHola Nuria, una historia muy linda y emotiva. A veces uno no quiere entrometerse, pero la verdad es que quizás ese "atrevimiento" sirva de algo, como en tu relato. Me gustó el cariz que tomó todo a raíz de la intervención de la señora. Los padres nunca deben imponer gustos, profesiones, y otras cosas a sus hijos. Gran lección. Saludos.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo Ana, los padres deben dejar libre elección a sus hijos, un abrazo
EliminarLos padres debemos dejar a los hijos elegir su camino. Un abrazo Nuria.
ResponderEliminarAsí es Federico, besitos
EliminarQuerida Nuria, este relato destila humanidad, empatía y una reflexión profunda sobre las expectativas familiares y el poder de las palabras. La escena inicial, con el bullicio de la feria contrastando con la tensión entre el padre y su hijo, crea una atmósfera que capta la atención de inmediato. La dureza del padre, imponiendo un futuro científico al muchacho de trece años en nombre de una herencia, choca con la resignación del niño, que murmura con tristeza: “No quiero su herencia. No la pedí”. La frase, desde luego que cargada de vulnerabilidad, da profundidad al personaje y hace que empatices con él.
ResponderEliminarLa intervención de la narradora, una desconocida movida por la indignación, es un momento de valentía cotidiana que destaca por su autenticidad. Su confrontación con el padre, aunque breve y recibida con desdén, planta una semilla de cambio, como revelas más adelante. El giro narrativo, cuando el muchacho reaparece semanas después, transforma el relato en una historia de esperanza y redención. Su gratitud y madurez al contar cómo las palabras de la narradora inspiraron un cambio en su familia, especialmente en su padre, añaden una capa de calidez y optimismo. La revelación de que la “herencia” del abuelo no era una imposición rígida, sino una condición flexible, desenmascara la rigidez del padre y resalta la importancia de escuchar a los hijos.
El relato brilla por su economía narrativa y su capacidad para transmitir una lección.
Felicidades, Nuria.
Un abrazo.
Gracias Marcos, me alegra que te haya gustado. Un abrazo grande
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