Está semana para la convocatoria juevera, las anfitrionas del blog Artesanos de la palabra nos proponen crear un relato sobre alguna anécdota en donde nos hayan dejado un souvenir nada agradable, con la condición de que el souvenir esté presente en el relato.
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Durante nuestra habitual caminata por el paseo marítimo, la tarde emergía cálida y el entorno aparecía calmado y plácido, cuya fresca brisa marina acariciaba el rostro con delicadeza. Hicimos un descanso y nos sentamos un rato sobre un pequeño muro. Desde allí contemplar la vastedad del mar, y oír cómo las olas rompían contra las rocas, te envolvía en la quietud del horizonte teñido de naranja ocre.
En un momento, aquella serenidad se vio interrumpida. Un hombre dando tumbos se acercó a nosotros; su andar torpe evidenciaba su grado de embriaguez, antes de que pudiéramos reaccionar, el hombre se inclinó bruscamente y vomitó a nuestros pies. Mi esposo, irritado, lo miró con disgusto y le recriminó su acción: ¿Era necesario hacerlo aquí?
El hombre, más borracho que una cuba, lo miró de arriba a abajo y respondió con una voz burlona apenas entendible: "La próxima copa... será en tu honor". Con una sonrisa apagada, se alejó tambaleándose, dejando tras de sí, la gran vomitona. Me quedé observando cómo se alejaba, con el rostro enervado; la escena era de total incredulidad. "Qué asco", murmuré, aún impactada por lo sucedido.
En ese instante, un anciano que vio la escena, se detuvo y con un gesto tranquilo, pero lleno de resignación, señaló: "Al menos no ha sido una cagada como la que dejaron esta mañana en la puerta de mi casa, señora". Y siguió su camino sin más, como si en su larga vida ya hubiera presenciado todo lo que la vida le tenía que ofrecer, incluso lo más repugnante y grotesco.
El silencio se impuso de nuevo, anonadada y sin palabras, me quedé contemplando al anciano, mientras las olas en su vaivén rompían contra las rocas, ajenas a lo que ocurría a su alrededor.
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