Nepakartojama. Esa palabra resonaba en su mente mientras observaba el atardecer desde el acantilado. El cielo se teñía de púrpura y naranja, como si alguien hubiera pintado el horizonte con un pincel nacarado. A su lado, el sonido de las olas rompiendo suavemente contra las rocas marcaba el ritmo de una serenidad irrepetible.
Sabía que ese momento, con su aroma a sal y su brisa ligera, no volvería. No importaba cuánto lo intentara, no habría otra tarde con esos colores exactos, ni otro viento que acariciara su piel de la misma manera. Las personas a su lado, las conversaciones susurradas, las risas, todo formaba parte de un mosaico único.
Ese instante era una joya, brillante pero fugaz, y en su fugacidad residía su belleza. Intentó grabarlo en su memoria, sabiendo que, por más que lo hiciera, solo quedaría un eco de lo que alguna vez fue.
En ese preciso segundo entendió: lo irrepetible no necesita ser eterno. Solo necesita ser vivido.
Muy buen final, una muy buena conclusión, abrazo grande Themis
ResponderEliminarGracias Themis, me alegra que te haya gustado el micro. Un abrazo
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