La hora de la muerte había llegado. Los discípulos de la parca esperaban la orden de su mentor para aniquilar a todo ser humano que se cruzara en su camino; la misión de acabar con el mundo empezaba bajo aquellas mandíbulas deseosas de carne y sangre humana.
El mismísimo satán emergió de la profundidad del averno acompañado de su horda de perros carroñeros que asesinaban todo cuanto se movía a su paso dejando un reguero de sangre y muerte. Sólo los arcángeles podrían hacerle frente y obligarlo a volver al infierno.
La bestia surgió de las cenizas y el fuego. Ahora pocos se atreverían a hacerle frente. Pero los guerreros del apocalipsis estaban preparados para afrontar la lucha contra la bestia y ya estaban en camino.
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El jinete vengador, le llamaban. Durante los días de otoño vagaba por tierras yermas en busca de aquellos que mataron a su amada, pero en las noches de invierno recorría los bosques atacando a cualquiera que se atreviese a cruzar por sus dominios.
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Tenían toda una vida por delante. Se amaban, pero sus familias no lo permitían, ella había sido comprometida con un anciano que entregó dos vacas a su padre y el día de la boda, daría una suculenta dote a su padre. Tomaron la única decisión a su alcance; se colaron en dos tinajas del comerciante que se dirigía a Canan, una ciudad lejos de allí. Pero el hombre enfermó durante el trayecto. Tuvo que deshacerse de parte de toda la mercancía en pleno desierto. Sin poder escapar, habían logrado permanecer juntos para toda la eternidad.
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