Desde el callejón colindante. Leo creyó que eran espíritus malignos y lanzó un vaso. Agnes, por el contrario, dio un grito tapándose la boca con las manos.
—¿Qué haces Leo? No podemos atacar a los espíritus. Es peligroso.
—Son simples gatos —replicó Charly.
Los gatos seguían en actitud amenazante.
—Pues yo paso —señaló Agnes— si mis padres me pillan estaré un mes castigada.
—¿Habéis visto sus ojos — protestó Leo.
En ese momento los tres amigos sintieron que la mirada de los felinos no era la de tres gatos hambrientos.
Entonces Charly habló en lengua antigua:
—Anatubul —dijo
Los gatos contestaron. Leo y Agnes miraban asombrados.
—Son brujos —comentó—, un hechizo los puso así.
Luego les contó que eran descendientes de ellos. Había que ayudar.
Los gatos hicieron poses antropomórficas, parecían contorsiones imposibles de animales poseídos; pero Agnes logró ver más allá del terror, y entender que las sombras de los animales describían una historia, y narraban como salir de esa maldición gatuna.
El olor a azufre me traía recuerdos. Recuerdos que parecían enterrados en el desván de la mente. Alguna vez pasé por eso, creo. Una vez también sufrí metamorfosis que no podía controlar. ¿Greta? El nombre resonaba mientras veíamos a los gatos cambiar...
Los gatos cada vez parecían todo menos gatos. Daba la impresión que en cualquier momento se transformarian en alguna otra criatura de la noche. Mientras emanaba de las calles un olor a azufre que por alguna razón me gustaba.
Antes este escenario, Agnes no pudo fingir más... Ella era una más del grupo, su amigo atónito le dijo:
¿Quién eres realmente?
Ella: ¡Calla y quédate quieto!
Tengo que negociar tu alma con ellos...
Luego de maullidos que asimilaban el llanto de un niño en medio de la noche, una garra se desplazó por el rostro de Agnes dejando rastros de sangre.
Entre quejidos dijo "El pacto de sangre ha sido saldado". De ahí en adelante cada maullido oído le causaría dolor en la cicatriz.
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