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viernes, 21 de enero de 2022

La señorita Antonieta

 


Para el concurso #MaestrosInolvidables 

Recordar los años de mi época escolar me hace sentir cierta añoranza. Sobre todo cuando pienso en la señorita Antonieta. Una maestra cariñosa de nacionalidad francesa que impartía la clase de "mis labores y Matemáticas" las niñas bordábamos en punto de cruz y hacíamos ganchillo. Era alta, rubia, de profundos ojos azules, siempre llevaba el pelo recogido en un moño; vestía un chaleco azul marino sobre una camisa de cualquier color y unos simples tejanos. A mi lado se sentaba Maria Fernanda, una niña tímida y retraída a la cual se le atragantaban las divisiones. Los alumnos hacíamos clase separados por sexos, incluso a la hora del recreo nos mantenían apartados por una valla que separaba el patio en dos. Sin embargo, con lo que más disfruté fue con la botella de leche que nos entregaban antes de salir al recreo. 

Durante aquella semana del mes de mayo a primera hora de la mañana, como cada día al entrar a la escuela nos pusimos en fila de uno con el brazo derecho en alto y cantamos el "Cara al sol" de la dictadura militar, para una vez en clase antes de que el maestro empezase a explicar el tema del día, rezar un "Padre nuestro". A media mañana, mientras la maestra hablaba con la directora Don Fernando la sustituyó y tuve la mala suerte de no recordar toda la tabla de multiplicar del número 9, por lo que el profesor me golpeó en la palma de la mano con su famosa regla de madera. ¡No veas cómo picaba! 

Durante el recreo la señorita Antonieta, tuvo un envés con el portero del colegio que le recriminó su actitud pasiva con las menores, a lo que está replicó, —métase en sus asuntos— todo porque durante el recreo mientras jugábamos a... "churro, media manga, mangotero", Laura tras caerse se golpeó contra el suelo y se hizo sangre en la boca. La señorita Antonieta, dijo que esas cosas pasaban y qué no le daba mayor importancia. 

Fue una semana especial, a lo largo de la cual llegó la fiesta del árbol. El día emergió cálido y soleado. Los alumnos y maestros llevábamos una bolsa de naranjas para el colegio de huérfanos que después vendían para obtener dinero y comprar ropa a los internos. A cambio, nos daban un vaso de chocolate y los más avispados recreábamos una obra de teatro y diversos bailes. Nunca olvidé aquella primera vez que entré en el orfelinato. Me quedé tan pálida que Don Ebaristo y la señorita Antonieta tuvieron que explicarme cómo era la vida de aquellos niños y por qué estaban allí. Durante el trayecto de regreso íbamos cantando una canción…

 "Ahora qué vamos despacio, ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras tralará, vamos a, contar, mentiras... Por el mar corre la liebre, por el monte las sardinas tralará…" 

Maria se mareó y vómito en el autobús. Cuando llegué a casa, y se lo conté a mama comprendí la importancia de tener padre y madre. Pero sobre todo, de saber lo que es tener una maestra que se volcaba en educar a sus alumnos. 




2 comentarios:

  1. Hola, Nuria: un relato encantador de unos tiempos, que a pesar de las distancias de tu tierra y la mía, se repiten. Te deseo un año pródigo en escritos, que es la mejor manera de saber que seguimos bien. Fuerte abrazo

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    Respuestas
    1. Muchas gracias José, tienes mucha razón, escribir nos mantiene vivos. Me alegro que te gustase. Un abrazo

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