Ártico

#pceudocuentos 

Cuando vi su piel morena, sus ojos almendrados y su corta estatura, pensé: para lo atractivo que és, le falta altura. El hombre que había junto a mí en la cabaña de sustento pareció leerme el pensamiento:

—Son personas que soportan altas  temperaturas; esquimales.

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Llegó la hora de despedirse de la familia; ya era muy anciano, dejó la casa de hielo y sombras eternas y caminó despacio con sus botas de foca por un camino de blanco y gélido sin destino. Cuando lo consideró oportuno, se dejó morir en la soledad de la trunda.

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Una boca más es una carga enorme, pensó el Inuit al saber que su esposa esperaba otro hijo; miró la mesa con una pequeña pieza de pescado y un guiso de sangre. Decidió que era hora de dejar Alaska y marchar al norte de Canadá. Se dijo, allí la vida sería más fácil.

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El iglú era confortable, tras haber pasado varias horas de viaje en el trineo soportando temperaturas límites le parecía un palacio. Miró a su pequeña de apenas unos días. Dormía plácidamente. Pensó en la vida que le esperaba en aquellos parajes para sobrevivir.

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El clima gélido cortaba el rostro. No era fácil pescar en aquellas aguas y para cazar una morsa debía adentrarse en las zonas más profundas. Decidió hacer un agujero en el hielo y probar suerte. Pronto llegaría el invierno y tenía que tener reservas para soportarlo.

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En el Ártico encontraron bajo el gélido hielo; algo que no parecía de este mundo. Lo llevaron al laboratorio para examinarlo; pronto el extraño bicho cogió forma, una forma repulsiva de gran dentadura; en pocos días más de la mitad de la expedición estaba muerta.

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Los perros tiraban del trineo, la ventisca junto a la fuerte nevada que caía complicaba cada vez más el avance de los animales. Tenían que llegar a Craota antes de que la noche se les echara encima. San, agitó las amarras y los perros aceleraron su carrera.