No podía aceptar que ella fuera la dueña de mis letras. Escribir también era corregir los desmanes de mis palabras que conjuraban la realidad con los demonios que se instalaban en mi cabeza.
Me quedé sin tinta aquel fatídico día en que una fe de errata me obligó a escribir de más. Quise borrar las letras que habían salido de mi mente, pero ya eran intangibles para mí. Las sílabas perdieron el sentido. Necesité formar un pensamiento y convencerme de que era capaz de escribirlo, sin embargo, no siempre consigues salvar la carrera de obstáculos que palabras sin sentido se forman en tu mente.
Después de casi un mes y medio de negarle a mi mente el estupor que sufrió, descubro horrorizada cuán vacías están mis palabras. Descubrí que dependía de mi pluma, tanto como ella de mí. Y hoy, a pesar de mi sinsentido y las letras cuyo contenido inocuo está vacío, te dejo reposar en un estuche azulado. Aguardando, esperando que nuevas letras, frases, fluyan con sentido en mi mente y logre plasmarlas en el papel.
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