Te entregué mi corazón y ahora caen gotas
de nieve como penas del alma.
Guardé en el baúl de mi añoranza, tus besos
y también Ia esperanza que zozobra arisca en la ataraxia.
Y vivo, y bebo, con el vino pardo de tu recuerdo
que añejo me destroza y mata por dentro.
Te entregué mi corazón y acaricié las estrellas,
en una noche de luna llena.
Fui concubina y añoré tus versos en un amanecer perverso.
Qué tristeza, qué pena tengo, te perdí, y ya ¡no!, te encuentro.
Luna azabache, lucero etéreo, dime quién soy y por qué me desvelo.
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