Oscureció con rapidez la noche de Halloween. Atranqué puertas y ventanas. Odiaba esa noche. Todos disfrazados, divirtiéndose y tocando en la puerta de las casas con su estúpido, truco o trato.
¡No es divertido! Mi papá murió una noche de brujas, grité en mi interior.
Desde el callejón llegaba el sonido de lo que parecía una pelea de gatos. Miré desde el ventanal, un gato negro ganaba la disputa por una raspa de pescado. Las voces y gritos de la gente alcanzaron el salón.
Din, don... Sonó el timbre de la puerta.
Cabreada, decidí abrir y acabar cuanto antes con el dichoso juego del truquito.
Varias brujas esperaban tras la puerta. Me extrañó que no fuesen niñas, sino mujeres. Abrí molesta.
—Tengan —repliqué alargando una bolsa de gominolas.
Me miraron con una sonrisa irónica. Una de ellas levantó la mano y dijo:
"Diente de vampiro y lengua de murciélago"
De pronto sentí la necesidad de volar como un pájaro. Volé entre las nubes hasta una oscura cueva donde una hechicera removía el caldero que contenía su pócima; y después desperté en el salón de mi casa.
Tocaron el timbre. Supuse que me había dormido. Abrí la puerta y allí estaban las brujas con su alargado sombrero, y su tul negro cubriendo una larga falda; asiando una escoba con la mano y con una sonrisa en el rostro.
Me desmayé.
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