Varios niños caminaban por las calles durante la noche de las brujas, el típico día de Halloween, con una pequeña cesta para los caramelos que recogían tras su truco o trato. En un oscuro callejón tocaron el timbre de una puerta. Abrió una mujer de nariz aguileña.
Con una enorme verruga en la frente, ropajes raídos y melena negra.
—Truco o trato, — dijo la niña más avispada.
—Ala de murciélago, o sangre humana —replicó la mujer con tono amenazante.
Los niños dieron un paso atrás. Se miraron. Sobraron las palabras. Se dieron la vuelta y huyeron. La mujer gritó:
—Os encontraré, no habéis pagado.
Durante su huida, las farolas se apagaban a su paso.
La noche se quebró, el cielo de pronto se cubrió de nubes grises y un fuerte granizo comenzó a caer.
La sonrisa de la mujer parecía retumbar en los muros de las casas.
Los niños asustados volvieron a su hogar y durante años evitaron salir la noche de Halloween.
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