Le dio otro mordisco a su bocata, sin dejar de observar a una muchacha que estaba sentada en la barra del bar. La chica se levantó y se dirigió hacia la puerta, no sin antes dirigirle una sonriente mirada. Él se levantó de su taburete y salió detrás de ella. La seguía a cierta distancia, cobijándose en la penumbra de la noche, evitando la luz de las farolas.
Olfateaba enardecido a través de la oscuridad. Estaba sediento y su instinto emergía enloquecido en busca de la ansiada sangre.
La chica giró en una calle que apenas tenía iluminación, entonces creyó que había llegado el momento, y con gran rapidez; se abalanzó sobre ella para clavarle los colmillos en el cuello y beber su sangre… tenía tanta sed…
Pero algo falló… la muchacha llevaba un collarín alrededor del cuello, impregnado de una sustancia tóxica. En segundos se desplomó sobre el asfalto, mientras ella le miraba sonriendo.
Despertó en una extraña cueva, atado de pies y manos. Varios jóvenes murmuraban entre ellos.
—Ya se ha despertado, —gritó uno de ellos.
Los jóvenes se arremolinaron en torno al vampiro, dando vueltas a su alrededor, mirándole, sin mediar palabra, con un rostro de malévola actitud.
El vampiro intentó desatarse, pero le fue imposible, las cadenas que le sujetaban, estaban rociadas de una poción que apestaba. Furioso les miró amenazante mientras enseñaba los colmillos.
La joven que había sido su presa le miró y con una sonrisa en el rostro dijo:
—Es inútil que intentes soltarte. Hemos rociado todo con ajo y agua bendita.
Al terminar sus palabras se acercó a la pared. Sonrió de nuevo. En realidad no era una cueva, sino la cripta que su abuelo paterno mandó construir bajo la bodega del castillo tras perder a su mujer a manos de un vampiro. Desde entonces, la familia dedicó su vida a darles caza.
Con una carcajada de satisfacción, la joven tiró de la tela que ocultaba el tragaluz; el vampiro en segundos se convirtió en cenizas.
Después salieron en silencio a la espera de que su nueva presa picase el cebo.
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