Huiamos en una carreta llena de vasijas de barro, por un camino con tantas curvas que la Gioconda vomitó. Nos esperaba un barco en el río. Bebimos agua de una vasija, el calor canicular sofocaba. Llegamos de noche. Cuando zarpamos, las dos lloramos de alegría.
A Lisa, no le gustaba la idea que Leonardo hiciera un lienzo de ella. Su marido Francesco en cambio si. Después de pintarla. Lisa decidió huir con su doncella de tantas miradas livianas. Tomaron el atajo lleno de curvas hasta el río. Desde allí zarparon lejos.
—Lisa, deberías ir al médico—decía Fernando.
No podía contarle su huida con su única amiga, de ahí su jaqueca. Desde que la pintó no volvió a sonreír. Salieron de noche. Los caballos galopaban rapido. Al cruzar las montañas Lisa sonrió y siguió galopando...
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