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lunes, 31 de marzo de 2025

Lluvia en dos actos


 Este mes de marzo desde el blog Divagacionistas  nos proponen escribir sobre el tema, Lluvia.



Las nubes, densas y plomizas, se congregaron como una jauría de sombras. Un viento hirsuto agitaba las copas de los árboles, mientras el cielo desataba un aguacero furibundo. La lluvia caía en láminas gruesas, golpeando los tejados con una cadencia ensordecedora.

En la plaza del pueblo, el agua comenzaba a acumularse, tragándose las baldosas y arrastrando hojas y ramas. Las acequias, antaño dóciles, se volvieron riachuelos impetuosos, desbordándose en arterias turbulentas. En las casas, las miradas inquietas se cruzaban por encima de velas temblorosas. Los rumores de una inundación se deslizaron entre los habitantes como una serpiente sigilosa que despertaba.

Pero, de pronto, el ímpetu del aguacero menguó. El fragor acuático se disipó en una llovizna meticulosa que repiqueteaba sobre los ventanales con una musicalidad hipnótica. Las gotas, que ya no aparecían furiosas, resbalaban por los cristales en danzas zigzagueantes.

El miedo se evaporó. La tormenta, antes una bestia desbocada, se convirtió en una caricia constante, en un arrullo casi  melancólico. Desde el interior de las casas, las siluetas tras los vidrios observaban cómo la noche abrazaba la lluvia, envolviéndola en un murmullo acompasado. La tierra, aún sedienta, bebía con ansia, y el pueblo entero, aliviado, exhaló en armonía con el último trueno lejano.

(204 palabras)

#relatosLluvia 


lunes, 27 de enero de 2025

En aquel momento

 


Este mes de enero en Divagacionistas se nos invita a escribir sobre el tema:                             Momentos


Había salido de casa con los auriculares puestos, música alta y los mismos pensamientos de siempre: nada cambiaría. Las mismas clases, los mismos rostros, los mismos problemas. El día se deslizaba en esa rutina pesada, sin brillo, como una máquina y su botón automático.

Pero entonces, pasó algo insignificante para cualquiera: en el pasillo del instituto, justo antes de entrar a clases, una hoja de papel cayó de una mochila rota. La vi flotar, pero no pensé mucho en ello hasta que me di cuenta de que estaba llena de pequeños dibujos. Rostros, paisajes, criaturas extrañas, un mundo imaginario hecho de tinta negra. La recogí y corrí tras su dueña.

Era una chica de mi curso, siempre callada en clase, siempre en su propio mundo. Le devolví la hoja, y me sonrió con una mezcla de sorpresa y timidez. "Gracias", dijo apenas. Fue una palabra más de las que le había oído en todo el año. Cuando me alejé, sentí un hormigueo. Algo había cambiado.

Ese encuentro tan simple me llevó a fijarme en ella los días siguientes, en cómo dibujaba en los márgenes de sus cuadernos, en cómo sus manos se movían creando líneas rápidas, fluidas, como si sus pensamientos salieran en forma de arte. Un día, sin pensarlo demasiado, le pregunté sobre sus dibujos. Hablamos. Fue la primera conversación real que tuve con alguien en semanas.

Lo que no imaginé es que aquella hoja caída sería el primer paso de una avalancha. Sin darme cuenta, poco a poco, empecé a hablar más con ella. Después, con otros. Empecé a sacar mis propias ideas, mis propios dibujos, mis propios sueños. Algo tan pequeño, casi invisible, había puesto en marcha una transformación. El peso de la rutina se quebraba, como si las piedrecitas que cayeron aquel día estuvieran arrastrando otras más grandes, derrumbando viejos muros, abriendo espacios nuevos.

Y para mí sorpresa comprendí que a veces, una hoja de papel que cae en el momento justo cambia toda la dirección de tu vida. Y el resto es movimiento.

Este #relatosMomento participa en la convocatoria de enero de @divagacionistas

El poder de la música

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