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viernes, 8 de agosto de 2025

El albor del trovador


 
Rayaba el alba con dedos de estameña,
y el rocío hilvanaba la acera dormida,
cuando el gato —austero, de estampa risueña—
emergió como un sueño en la calle sin vida.

Portaba un cordófono de veta vetusta,
de madera que olía a recuerdos de puerto.
Su andar era un tango, su cola robusta,
y en su pecho un soneto aún no descubierto.

Rasgó las cuerdas con garra sigilosa,
no por hambre, ni por óbolo humano,
sino por un rito: canción melifluosa
para besar la aurora con gesto feligrano.

Los gallos callaron, los faroles parpadearon,
y un barrendero, entre legañas y epifanías,
juró que los acordes que en la brisa flotaron
eran trozos de viejas melodías.

Una niña en bata, con trenzas alborotadas,
lo miró desde el balcón, sin decir palabra:

—Mamá, hay un gato que canta madrugadas
como si la luz fuera su guitarra.

Y cada aurora, cuando el mundo bosteza,
vuelve el minino, trovador de lo sutil,
a tejer con acordes y dulce pereza
el claroscuro de un día infantil.


Está semana la propuesta de 

                     GUITARRA 

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