A los pocos años, su cuerpo era un herbario de cicatrices recientes. La fiebre, pertinaz como un tambor de guerra, se retiró un amanecer dejando un silencio de cristal.
Desde entonces, avanzó con una resiliencia atávica, como quien porta en el bolsillo una brújula infalible.
Sin embargo, con apenas estatura, entendió que la vida —aunque quebradiza— guarda en su hondura un germen obstinado de aurora y esperanza.
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Al principio, nació en un mundo lleno de luz y en torres de cristal y pantallas azules.
Luego llegaron las lluvias rojas: bacterias mutadas viajando en gotas.
Primero tos. Después fiebre. Después hambre… pero no de pan.
Las ciudades se vaciaron, las calles se llenaron de pasos arrastrados.
Ahora, bajo un cielo verde enfermo, los pocos vivos corren y callan,
porque el sonido llama a los que ya no mueren.
Tan real que puede llegar a doler. Muy bueno Nuria.
ResponderEliminarUn besazo!
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ResponderEliminarBeautiful faces, sad words. I'm following too.
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