Seguidores

jueves, 21 de julio de 2022

Cocó siempre alerta




#Historiasdeanimales 


En un mundo apocalíptico y deteriorado lo único que conservo del mundo de antaño es mi perrita Cocó, un Mastín del Pirineo de profundos ojos negros y pelaje color ocre. El animal más noble que jamás pude imaginar. Ella me despierta a diario y es ella la que casi me obliga a no desfallecer. Es todo cuánto tengo y a pesar de las dificultades y la escasa comida formamos un duo perfecto. Si ella no me hubiera sacado de entre los escombros de la que fue mi hogar, hoy estaría muerto. Solo hacía un año, que papá me la había regalado cuando el mundo cayó en el caos. Cocó tiene el don de percibir cuando algo va a suceder. Es mi talismán. Hoy cómo cada mañana voy a salir con mi perra a recorrer una extensión algo más extensa. Con suerte hallaré algo de comida y agua. Cocó es muy inteligente, tiene su correa en el morro preparada para salir. El movimiento de su cola dice lo feliz que se siente. El día está nublado. El sol abrasa y el viento arenoso silba con fuerza. 


Empiezo a caminar con un poco de dificultad por la ventisca. Mi fiel Cocó anda unos pasos por delante de mí siempre alerta a cualquier ruido extraño. El silencio es desolador y desagarra mi alma en un arrebato de frustración que se clavaba en mi pecho, como una daga de hielo que rasgaba mi interior. Cocó es más que mi perra, es toda la familia que tengo, mi única compañía. Ella logra que olvidé la soledad. Hace más de un año que no he visto a ningún ser humano. Los días son abrasadores, y las noches terriblemente frías. 

Continué caminando con la esperanza de que mi existencia no fuera tan solitaria, de encontrar a alguien con el que compartir la desdicha y que mis recursos para subsistir no se agotaran. Cocó empezó a ladrar moviendo la cola, me miró y de repente echó a correr, yo la seguía asustado sin comprender que pasaba. Es nuestro noveno día sin ver a una sola persona, pero cuando Cocó se paró y pude oír una voz que pedía ayuda el corazón me dio un vuelco. 

—Muy bien Cocó, buena chica— le dije a la vez que le acariciaba el lomo. El joven se desmayó. Logré despertarlo y que bebiera un poco de agua; agarraba en su mano un papel que decía:

"Por favor, ayuda a mi familia que están ocultos en su granja" y una dirección. 

Mi corazón dio un vuelco al leerlo. ¡Hay más gente viva! Pobre muchacho, casi muere por agotamiento y sed. Tardamos horas en llegar a la granja. Allí, en un sótano bajo la vivienda, estaba su madre y dos niñas gemelas de solo doce años. El marido no sobrevivió a la devastadora destrucción. Le expliqué los días que llevaba deambulando bajo los rayos del abrasador sol. La mujer lloró la pérdida de su esposo y su hijo mayor; sentí tristeza. De repente Cocó empezó a ladrar con desesperación, desde la puerta de la granja miraba al cielo y gruñía; comprendí que nos avisaba de qué algo malo iba a pasar. 

En cuanto vi aquellas nubes que se acercaban con rapidez, avisé de que debíamos resguardarnos. Era una tormenta de nubes tóxicas. Corrimos hacia el sótano con el tiempo justo de ocultarnos, estaba preparado para cualquier cataclismo. El dueño supo hacer un buen refugio para su familia, sin embargo, al escasear la comida al joven no le quedó más remedio que aventurarse a buscarla. 

Hoy, un mes después, transitamos por un inmenso desierto de desolación, en las horas de más calor, montamos unas tiendas con lonas donde cobijarnos de los rayos del sol, las tormentas de arena y las nubes tóxicas, para caminar durante las frías noches desérticas. Cocó se lo pasa genial con las gemelas y logra que no piensen en los momentos en que su estómago gruñe con desesperación. Según mis cálculos en un par días deberíamos llegar a otra ciudad, sin embargo, no puedo evitar sentir miedo, por si nos encontramos con supervivientes hostiles; asaltadores en busca de alimento a los que no les importa nada matar para lograrlo, tengo la responsabilidad de qué quienes me acompañan tenga esperanza y sufro en silencio en la inquietud de este inmenso desierto. Pero sé que Cocó está alerta y ante cualquier eventualidad extraña ella nos pondrá en aviso. Llevamos meses caminando; ya somos un grupo de nueve personas, un perro Labrador que hace buenas migas con Cocó y una yegua cuyo dueño estaba al borde de la muerte por inanición, y que durante el recorrido Cocó fue encontrando gracias a su habilidad e insistencia cuando oliesquea algo y no deja de ladrar marcando el lugar. 

Rodeados por la oscura incertidumbre caminamos sin destino fijo buscando un lugar donde la humanidad pueda subsistir. No obstante, miro la arena seca, las dunas que se forman, y en mis horas yermas de abrumadora soledad, sigo con la firmeza de que aún hay seres humanos con sus mascotas y animales, que puedan unirse a nosotros con la confianza de que todavía podemos crear un nuevo mundo. 




2 comentarios:

  1. No sé por qué pienso que de haber sido cualquier otra persona hubiera carneado a la pobre Cocó al segundo o tercer día...

    Saludos,
    J.

    ResponderEliminar

La tristeza del alma

Convocatoria juevera: cada jueves un relato. Anfitriona  Mag  estás son mis palabras elegidas entre las propuestas  por Mag, participación c...