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lunes, 14 de marzo de 2022

Nos necesitan




Da miedo el tremendo epílogo de la decadencia que trae los años, esos largos y lentos años de redoble de tambor hasta que la muerte nos expulse del mundo. Dan pavor los cambios progresivos en el hogar, lentos e inexorables: cuando las medicinas asoman y empieza a oler a hospital, o, cuando la bañera se cambia por un plato de ducha, y se instalan asideros al lado del inodoro. Al mirar la imagen de la derrota que devuelve el espejo a quien fue fuerte y autónomo. 


Ser anciano-a, no es una maldición, es un destino. El nuestro, el de todos: caminar hacia la debilidad, hacia la vulnerabilidad que una vez nos fue nativa. Sentirnos niños otra vez, dependientes, pero ahora sin vigor para vociferar que queremos escapar del cuerpo esclavo, de la cáscara que amenaza inservible para poder volver a correr los campos verdosos y diáfanos al caer la tarde.

!Que dura y extraña la cara de la vida!

Vivir, para morir, un destino imperecedero.

A pesar de ello, nunca debemos olvidar que nuestros ancianos un día fueron quienes nos cuidaron, amamantaron y nos dieron todo su cariño. 

¡Ahora, toca devolvérselo!. 

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