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lunes, 14 de marzo de 2022

Con la mochila a cuestas



Aquella mañana la temperatura cayó en picado a causa de la nieve. Llevaba horas caminando hacia la frontera polaca. Una mochila con algunas fotos familiares, ropa de abrigo, algo de comida y el dolor de la desolación en mi rostro al verme obligada a separarme de mi esposo. Fedor sollozaba. Tenía hambre, pero aún debía seguir caminando, empujando su cochecito a la vez que Oxana, agarrando con fuerza su muñeca andaba junto a mí. 

El sonido de las bombas y disparos se oía cerca, demasiado cerca. Mi obligación era poner a mis hijos a salvo; contener el llanto, el dolor de un corazón roto, de donde apenas quedaban fuerzas para continuar avanzando los kilómetros que aún nos separaban de la salvación. 

Un par de kilómetros más adelante tuve que parar. Fedor lloraba de hambre. Me senté al borde de la carretera; la gente seguía andando, caminando. Di un bocadillo frío a Oxana, su biberón de leche a Fedor y descansé un poco. 

Sentía el cuerpo dolorido a causa del agotamiento. La nieve había bajado su intensidad y poco a poco se fue difuminando. 

—Mamá, tenemos que continuar —avisó Oxana, que a sus 6 añitos parecía haber madurado a toda prisa— Mamá, —insistió tirándome del brazo. 

—Voy mi niña, voy, solo necesito descansar un poco más. 

La gente empezó a correr gritando, algunos salían de la carretera, otros se tiraban al suelo. La ráfaga de disparos silvaba cerca aterrándonos a todos. Oxana me miró asustada. Cogí mis niños y los cubrí con mi cuerpo contra la yerba. 

Fueron unos momentos de mucho miedo en los que creí que los soldados invasores nos darían caza y terminarían con nuestras vidas. Cuando el peligro cesó, Fedor aún lloraba, era demasiado pequeño para comprender que sucedía y porqué no le había permitido  moverse; volví a la carretera. 

A pesar de qué estaba atemorizada, de qué las bombas aún se oían, no me di por vencida. Un señor mayor, Iván, agarró a Oxana de la mano y continuó con nosotros, andando sin descanso y a ratos llevándola entre sus brazos, susurrándole algún cuento hasta que recorrimos los kilómetros que faltaban hasta Polonia. Iván, era ahora un amigo más de la familia. Él había perdido a su esposa en uno de los bombardeos a Kiev y estaba solo. 

Llegamos a la frontera agotados, pero con esperanza; lo habíamos logrado. Varios días de caminata, nieve y frío en un camino lleno de peligro. Por eso, no nos importó tener que hacer cola, (eramos muchos ucranianos huyendo del horror) para poder cruzar los pocos metros de la frontera y ponernos a salvo. Varias personas repartieron café, bocadillos y un lugar donde poder descansar del largo trayecto. Una vez instalada, Fedor dormía sobre un saco y Oxana jugueteaba con su muñeca; Iván descansaba junto a Fedor. Le miré, —pobre hombre, pensé — Le pedí que se quedase con nosotros, para mí sería el padre perdido y para mis hijos el abuelo que nunca tuvieron; aceptó con lágrimas en los ojos. Un solo pensamiento ocupaba mi mente; ¿estaría a salvo mi esposo? 

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