Seguidores

jueves, 9 de diciembre de 2021

El poder de la mente


 EL SUICIDIO


Título original: Le Suicidé 1880

Édouard Manet (París; 23 de enero de 1832- París; 30 de abril de 1883)

Estilo: Impresionismo
Género: Costumbrismo

Relato cuento creado para el blog Impact - Art 

Publicado en el blog de escritura y arte Impact - Art 👇👇👇👇



Ser capaz de recordar todas las horas de tormenta que mi soledad y abandono crearon como un claro espejismo en mi mente, hizo que me sintiera como una abeja que está sola en el panal, cuyo sentimiento no es más que una hoja que cae de un árbol en otoño; algo que el viento desplaza. Los seres humanos tenemos la capacidad de magnificar y absolutizar ese viaje de la rama al suelo, sin embargo, pese a nuestra tenacidad, todos los otoños pasan por más que queramos evitarlo. 

Para mí era complicado conseguir ser como una persona normal, me encontraba abducido por una vida de mierda con un síndrome de locura postergada a estar solo, al ser incapaz de darme cuenta de que el infierno que me rodeaba no era real. 

Mis esfuerzos por evitarlo no lograron quitar de mi mente la pistola que aguardaba en un cajón. 

También intenté compartír mi sentimiento de dolor, no obstante, nadie me entendía. Dejé claro que su gesto me afectaba: que quizás la muerte era la única solución a una vida bipolar y de inseguridad, de alguna forma ya estaba muerto.

Comprendí que todos mis actos
influían de una u otra forma, a los demás. Pero no por eso yo debía seguir sufriendo, considerar la posibilidad de continuar vivo no estaba previsto en mis planes. La vida me había cegado por completo dotándome de una identidad que no me correspondía, hasta hacerme  sentir que no podía erradicar todo mi sufrimiento.

No bastó mi intención, nunca basta. La profunda soledad en la que me hallaba sin remedio buscó alcanzar una atención, un afecto, una comprensión que fue imposible de encontrar. Y es que en este mundo no todo es posible.

Eché de menos poder recordar una buena dosis de tambor, de baile, de canto a la luz de una buena hoguera bajo un manto de estrellas, hacer brotar el sentido de una vida que parecía perder por momentos.
Contemplé esa rigurosa impotencia y la convertí en el centro de mi dolor. Qué sentido tenía apelar al tiempo. Si algo podía ser contado, también podría ser transformado. De esta manera con las palabras entre las sombras de mi habitación, describí mis últimos pensamientos.

El hombre de expresión agónica y pesar en el corazón se despedía para siempre. Cogí el arma que yacía en el cajón del escritorio, me senté sobre la cama y acercándome el arma al pecho disparé. 
Ya solo quedaba un maldito despojo humano con el pecho cubierto de sangre que yacia inerte sobre el vértice de la cama.


Ser capaz de recordar todas las horas de tormenta que mi soledad y abandono crearon como un claro espejismo en mi mente, hizo que me sintiera como una abeja que está sola en el panal, cuyo sentimiento no es más que una hoja que cae de un árbol en otoño; algo que el viento desplaza. Los seres humanos tenemos la capacidad de magnificar y absolutizar ese viaje de la rama al suelo, sin embargo, pese a nuestra tenacidad, todos los otoños pasan por más que queramos evitarlo.

Para mí era complicado conseguir ser como una persona normal, me encontraba abducido por una vida de mierda con un síndrome de locura postergada a estar solo, al ser incapaz de darme cuenta de que el infierno que me rodeaba no era real. Mis esfuerzos por evitarlo no lograron quitar de mi mente la pistola que aguardaba en un cajón.

También intenté compartir mi sentimiento de dolor, no obstante, nadie me entendía. Dejé claro que su gesto me afectaba: que quizás la muerte era la única solución a una vida bipolar y de inseguridad, de alguna forma ya estaba muerto.

Comprendí que todos mis actos
Influían de una u otra forma, a los demás. Pero no por eso yo debía seguir sufriendo, considerar la posibilidad de continuar vivo no estaba previsto en mis planes. La vida me había cegado por completo dotándome de una identidad que no me correspondía, hasta hacerme sentir que no podía erradicar todo mi sufrimiento.

No bastó mi intención, nunca basta. La profunda soledad en la que me hallaba sin remedio buscó alcanzar una atención, un afecto, una comprensión que fue imposible de encontrar. Y es que en este mundo no todo es posible.

Eché de menos poder recordar una buena dosis de tambor, de baile, de canto a la luz de una buena hoguera bajo un manto de estrellas, hacer brotar el sentido de una vida que parecía perder por momentos.

Contemplé esa rigurosa impotencia y la convertí en el centro de mi dolor. Qué sentido tenía apelar al tiempo. Si algo podía ser contado, también podría ser transformado, de esta manera con ahogadas palabras entre las cuatro paredes y las sombras de mi habitación, describí mi último aliento y mis últimos pensamientos.

El hombre de expresión agónica y pesar en el corazón se despedía para siempre. Cogí el arma que yacía en el cajón del escritorio, me senté sobre la cama y acercándome el arma al pecho disparé. 
Ya solo quedaba un maldito despojo humano con el pecho cubierto de sangre que yacia inerte sobre el vértice de la cama.


© Nuria de Espinosa

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La herencia de Lulú

José Antonio Sánchez desde su blog  Acervo de letras  Nos propone tres requisitos: Qué el género sea de TERROR. Qué el protagonista sea un a...