Caminaba por aquella tierra árida, pero Jonas empezó a dudar si había sido buena idea. Llevaban varios días sin encontrar el manantial de Husem, y a penas quedaba agua. No temía por él, sino por su hijo al que arrastró en su viaje convencido de que tenía razón; la vida de la ciudad, era un caos.
Se sentó sediento y agotado.
—Hijo mío —dijo—quiero que regreses a casa. No somos gente de secano. Ya soy mayor y quiero que te lleves el agua que nos queda. Mi viaje termina aquí.
—Padre...
—No, —cortó —es mi decisión. Ve con Dios hijo mío.
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