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martes, 14 de septiembre de 2021

Aquellos ojos...



La temperatura de aquella noche de un día feriado era más húmeda de lo normal. El ángulo del parque en el que se encontraba dificultaba ver su rostro por culpa de la farola que ocultaba su rostro, pero aún en esa penumbra le reconocí.

El cielo se cubrió de nubarrones, amenazaba tormenta. Sentí una sacudida que recorrió todo mi cuerpo. ¡Era él! El mismo hombre que hacía unos minutos había visto junto al puente de acceso al parque. Qué velocidad, pensé. 

Al pasar junto a él hizo un intento de acercarse a mí, pero sus ojos, (…) esos ojos oscuros como la noche y la extraña expresión que vi en ellos, me alarmaron y me alejé rápidamente hacia las taquillas que señalaban la salida. 

¡Ahora está ahí, mirándome! 

Sentí una sacudida por el cuerpo que me inmovilizó. Algo parecido a una luz en mi interior gritaba que pidiera ayuda, ¿Pero de qué? ¿De un hombre que me observaba? Pensarían que había perdido varias tuercas de la cabeza. Se reirían de mí. Hice un esfuerzo y continué avanzando despacio, alerta a cualquier movimiento. La melodía de un trompetista cercano llegó hasta mí. 

Apenas había avanzado unos pasos y al volver a mirar hacia la farola que ocultaba su rostro, una angustia indescifrable inundó mi cuerpo. ¡El extraño ya no estaba allí! ¿Dónde se encontraba? No podía verle, pero sentía su presencia. Un calor tropical invadió mi cuerpo sudando en exceso. Aceleré el paso temblando, creía que en cualquier momento se abalanzaría sobre mí. Pero nada sucedió. 

La distancia que me separaba de mi hogar se me hizo interminable. Miraba a todas partes, atenta a cualquier movimiento o sonido. Tuve la sensación de que había perdido algunos tornillos y todo era fruto de mi imaginación. Algunas personas llegaron a mirarme con cara de intriga, quizás porque mi rostro delataba el pánico que sentía. Empezaba a creer que todo había sido fruto de mi imaginación, cuando de pronto le vi. De pie, en la entrada del portal de acceso al edificio dónde yo residía. Las piernas me temblaron. Dudé por un instante si llamar a la policía o no, pero que podía decirles, si no había sucedido nada. Tras unos minutos de estar con el alma en vilo me decidí a subir las escaleras de acceso al inmueble. Cuando llegué a la entrada del portal, el hombre se acercó a mí. Di un respingo creyendo que iba a atacarme, en el instante en que alargaba su mano y me ofrecía un papel.


Justo en ese momento la señora Briñas con su flamante vestido de color rojo, salió del portal. Miró aquel hombre, después me miró a mí, y con todo descaro se quedó allí inmóvil, mirando a ambos. Me puse como un tomate y cogí el papel que aquel hombre me ofrecía. Entonces para mi sorpresa, se dio la vuelta y se marchó sin mediar palabra, desapareciendo en la oscuridad de la noche. La señora Briñas seguía allí observando, mientras yo aún sobrecogida por todo lo que había sucedido permanecía en silencio. Por fin me decidí a ojear el escrito. Solo leí el anunciado. No sabía si echarme a reír, o a llorar. Tanta angustia y todo para entregarme ese maldito papel. La señora Briñas debió notar el cambio en mi rostro, miraba con cara de asombro, pero continuaba allí, impasible, sin moverse. 

De pronto tuve un arrebato de ira y le grité. ¡Solo es un papel, maldita arpía! Y rompí por quinta vez aquel odioso documento.

"Solicitud de divorcio"


 


 


 

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