Cristina Rubio desde su blog ALIANZARA nos propone este mes:
Escribir un relato en el que un momento se convierta en una eternidad, inspirado en el relato de Juan Rulfo, "No oyes ladrar los perros".
El cielo se teñía de un gris apagado mientras él caminaba cargando a su madre en brazos, como si el peso de su cuerpo fuese lo único que lo mantenía en pie. Cada paso retumbaba en el silencio del campo que rodeaba la granja, y el sonido de sus pisadas parecía prolongarse, como si el mundo entero estuviera detenido en ese instante.
La había llevado así desde que sus ojos se apagaron en su lecho. Había querido convencerla de que descansara, de que cerrara los ojos solo un momento, pero ella ya no respondía. Sus manos, tan frías ahora, habían acariciado su rostro tantas veces cuando era niño, que el alma le ardía solo de pensarlo. Esas mismas manos que lo levantaron después de cada caída, las que lo consolaron en los días difíciles, estaban inmóviles.
El camino hacia la colina se extendía ante él, pero no avanzaba. No podía avanzar. No podía aceptar que cada paso lo alejaba más de ella. Los recuerdos surgían sin aviso: la imagen de su madre lavando la ropa en el río, preparando la comida con una sonrisa que llenaba la casa. Todo aquello parecía lejano, inalcanzable.
Una parte de él sentía que, si se quedaba allí, cargándola para siempre, el tiempo no podría arrebatarla del todo. Aún la sentía cerca, aún estaba con él. No era posible que ya no estuviera. Aún olía su cabello, aún podía recordar su voz diciéndole que todo iba a estar bien. Pero en el silencio de la tarde, el vacío era insoportable.
Se detuvo en medio del camino. El mundo parecía demasiado grande y demasiado vacío sin ella. No había nada que dijera, ningún pensamiento que le diera consuelo. Solo el peso de su madre en sus brazos y la certeza de que este momento, este último instante con ella, se alargaría por siempre.
El viento frío sopló levemente, pero él no lo sintió. No podía soltarla. No podía dejarla ir. Sabía que ese adiós no tenía fin, que el dolor quedaría clavado en él, como una sombra que siempre lo acompañaría.
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