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martes, 3 de mayo de 2022

Tertulias VadeReto de mayo


Desde el blog de José Antonio Sánchez nos propone para este mes una interesante propuesta que podéis leer con detalle aquí 👇👇

VadeReto





El esfuerzo de la mente basada en la lectura, para mí es como el charlatán cuyo simple material del escribano está en sus oídos y ojos. Como un pensamiento abstracto, que te convierte en lector, o, autor; en todo caso el lector se introduce en un sinfín de historias y mundos diversos que nos desvelan algo recóndito en las páginas de un libro; la fantasía del escritor... Escondida en el agujero oscuro de su pensamiento, y que a su vez descubre una nueva idea, flash, o texto que invita a surcar los mares del mundo de la imaginación.

Dicho todo este preámbulo que no sé porqué se abrió camino en mi mente, paso a compartir mi participación para el reto de este mes de mayo del VadeReto.


"Las tertulias"

Cada jueves por la tarde durante la toma de nuestro café, la tertulia sobre el libro que más nos había impactado, aburrido, o, cómo el ingenioso hidalgo Don Quijote, tronchado de risa, no podía faltar. Hablábamos de desde literatura hasta los sucesos más truculentos acaecidos como el crimen que sucedió en la calle Fuencarral. Era una época en la que los personajes más variopintos acudían a las tertulias en el café. Era acogedor y la comodidad de sus mesas de mármol nos permitían en ocasiones escribir nuestro propio argumento sobre las tertulias. 

Madame Pimentón, también fue motivo de burlas y corrillos por gente de la farándula por su asiduidad a los cafés de la periferia de la época. Incluso hubo quien la advirtió, pero ella que era una mujer muy independiente, y de armas tomar, no daba importancia a las habladurías.

Atraídos por el renombre que tomó el Café Gijón, en la calle de los Recoletos; un grupo de jóvenes estudiantes y contertulios acudían también a las tertulias creándose un vínculo muy especial. Allí, conocí al que terminaría siendo mi mejor amigo y padrino de boda, Javier Ponce. Una noche, en la puerta del café durante una discusión, tropecé con la que fue la mujer que llenaría mi vida; Marcela. Poco tiempo después me casé con ella, ya que fue un auténtico flechazo: tuvimos dos hijos preciosos y nunca dejé de asistir a las tertulias del café Gijón. Cada atardecer saboreando el aroma de varios cafés, la noción del tiempo se evaporaba hasta que el crepúsculo avisaba de que ya era la hora de volver a casa.

Con los años, mis pies cansados y pesados necesitaron el apoyo de un bastón para no dejar de asistir a las tertulias en el peculiar café. El péndulo del reloj de la vida no cesa en su incesante, tic, tac. Profundas arrugas surcan ahora mi reseca piel; la tercera edad parece el cruel final de la vida, pero en realidad es el descanso del día a día, donde las horas son eternas y los días aún más. Un tiempo atrás, perdimos a Cayetano, un buen tertuliano y mi mejor amigo que tuvo la mala suerte de tropezar al bajar de la acera y golpearse en la cabeza muriendo al instante; recuerdo la frase que siempre que tenía ocasión referenciaba como si la temida inquisición aún pudiera volver. 

«Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres».

Su entierro, que transcurrió durante un fuerte y tormentoso aguacero, fue muy triste y melancólico, ya que nos dejó un gran vacío. 

Hoy, con 92 años, añoro las tertulias y el sabroso café en las tardes, sobre todo de invierno, que son largas y pesadas. Mis ojos cansados todavía disfrutan del poder de un buen libro, pero aunque parezca una trivialidad, ojalá el péndulo del reloj no hubiese avanzado tan rápido. Marcela se marchó al cielo hace 5 años y desde entonces no he vuelto al café Gijón. Me pesan los años, la espalda, los huesos me duelen por culpa de esta maldita artrosis, y la dura soledad ha entrado en mi vida.

¡Qué triste es la solitaria vejez!

Aunque a pesar de mi pensamiento aún resisto; puedo quejarme, pero he de agradecer la vida que he tenido y las personas tan maravillosas que han pasado por ella. Ahora, sé que puedo morir en paz. 




3 comentarios:

  1. Hola, Nuria.
    Un relato precioso, aunque un poco melancólico que retrata los recuerdos de un viejo lector. Pero que me hace recordar la frase que nuestra amiga, Marlen, comentó hace poco en su blog: "¡Lindo haberlo vivido pa’ poderlo contar!".
    Alguien dijo que la vejez es un camino ineludible hacia la soledad, como bien relatas en tu historia. Se va dejando gente importante y querida por el camino y termina uno por aislarse hasta del mundo. Sin embargo, creo que los libros son los amigos inmortales que nos mantendrán vivos.
    Sorry, creo que el comentario me salió todavía más triste que tu historia. 🤦🏻‍♂️😅 (¿será porque es un falso lunes?).
    Una historia llena de emoción y amor por los libros.
    Felicidades, un Abrazo. 🤗😊👍🏼

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    Respuestas
    1. Muchas gracias José por tus palabras. La verdad es que últimamente ando más melancólica y cuando escribo la tristeza aflora. Un fuerte abrazo

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  2. Hola, Nuria. Buena recreación nostálgica de toda una vida en la etapa final de la misma. Los recuerdos son el sustento cuando el camino ya está andado y solo falta llegar a la última estación.
    Saludos.

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