La sensación tan abrumadora le estrujaba el cerebro. Aquella mujer desnuda que elevaba el brazo en sus entrañas rugia en su mente deteriorada como si de un clavo se tratara. Desde aquel mundo raído he inconexo, sentía que todo era infecundo, igual que la ceniza, seca y moribunda. Parecía que su ajado y agrietado cuerpo se iba a romper en cualquier momento. La oscuridad le pesaba tanto como la sensación de estar en una etapa anárquica de su acabada existencia.
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