Crucé el umbral de tu rostro
bajo faroles de luciérnagas
cuyo misterio azul envolvía
las sombras de la noche.
Qué irreal las luces del atardecer
que sufren en la compostura del anochecer.
Tus ojos encierran el gemido sordo,
y tus abrazos me incitan al amanecer.
Camino bajo la lluvia
por la vereda
de la memoria, y regreso
para no perder mi trazo
en la maraña que aflora
de la melancolía
y danza sobre nubes
de plata.
¡Qué bálsamo el nenúfar que se desliza!
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