Querida madre tierra, te invoco en este día para evitar que en este lustro el mundo desaparezca. Tu que te nutres de la lluvia y sacias la savia en la profundidad de tus entrañas. Da respuesta al ser humano que tanto daña tu esencia.
Las paredes crujían durante el crepúsculo vespertino. El frío penetraba y mis huesos quejosos protestaban. No era mi vejez, sino aquellos años que a mi espalda portaba, los que abrieron los brazos a la guadaña.
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