Cuando mece la tierra
la cicatriz herida
sucumbe en los brazos
de un fallido retraso.
Es la vida que agoniza
en el polvoriento vacío
de un segundo errático.
Y si soy ceniza
entre el viento
quedará la nada.
No es de extrañar estas letras venideras,
si acaso algo añejas, pero no menos en limerencia.
És como el aroma del petricor que se percibe,
pero no alberga color.
Quizás más se parezca al beso del jazmín,
cuya flor blanca es todo un primor.
En un día aciago sin que fuera un sueño anómalo desperté,
supe el poder que el invierno ejercía sobre mi cuerpo,
intenté no pensar, pero apareció la luna roja
en mi abrumadora realidad y logró vencer sin piedad.
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