Cuando la bomba explotó en la terraza del restaurante, nunca creí que vería el cuerpo medio destrozado de Mariela. Nuestra amistad desde la infancia era tan firme como nuestro trabajo; fue la primera vez que tuve que asumir el control. Mis oídos pitaban como si tuviera un silbato en su interior. El caos era absoluto, y los gritos se mezclaban con el sonido de las sirenas que se acercaban a toda velocidad. Mariela había perdido el conocimiento, al igual que otra víctima a la que la explosión amputó ambas piernas: un hombre de apenas veintitantos años. Aquella noche marcó para siempre mi carrera en el FBI. Fue el bautismo de fuego que nadie desea, pero que a mí me empujó a una vorágine de sentimientos desconocidos, e incontrolables. Todo lo sucedido después fue la consecuencia directa del acto terrorista que cambió mi vida y la de Mariela. Ella, después de todo, tuvo suerte tras un año de entradas y salidas. Sus fracturas sanaron y su brazo con varias operaciones recuperó toda la movilidad. Aún recuerdo cuando éramos niños y jugábamos a policías y ladrones.
Ocho años después, nuestra amistad más fuerte que nunca quedó relegada en cuanto fuimos un matrimonio; desde el momento en que destapé mis sentimientos me confesó que siempre estuvo enamorada de mí: y ahora la seguridad nacional está en peligro. Los atentados son más sofisticados y los enemigos, más implacables. Cada día es una carrera contra el reloj contra redes terroristas.
—Pol, ¿Has acabado?
—Casi Mariela—respondí, ajustando mi chaleco antibalas y cargando mi arma con determinación. El tiempo apremiaba, y cada segundo perdido significaba vidas inocentes en juego.
—Solo tenemos unos minutos.
—Suficiente para dejar cao a los terroristas —aseguré, sintiendo la adrenalina correr por mis venas mientras ella y el equipo se alineaban a mi lado.
El silencio que precedió a la operación era ensordecedor. Con un último vistazo a mis compañeros, di la señal. La puerta se derribó con un estruendo y nos lanzamos al interior, disparando a todo cuanto se movía. En una misión antiterrorista no había margen para cometer errores.
Cada error cuesta una vida, aunque quede vivo, si algo no esta en su lugar, se nos complica todo...
ResponderEliminarTotalmente Rodrigo, un abrazo fuerte
EliminarHola, Nuria, tu relato es tan real como la vida misma, por desgracia, hoy en día con las guerras y demás, es totalmente actual... ¿Algún día se acabarán las guerras?
ResponderEliminarUn abrazo. :)
Espero que sí Merche, demasiada gente inocente muere por las guerras. Un abrazo
EliminarInteresante el manejo del tiempo, para mí, dejando la idea del círculo vicioso que es la violencia.
ResponderEliminarGracias Nicolás, un saludo
EliminarEn estos casos siempre hay que disparar primero y preguntar después.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Yo creo que sí, mejor no correr riesgos. Gracias José por tu visita y comentario. Abrazos
EliminarHola, Nuria.
ResponderEliminarTu relato se centra en esta ocasión en algo tan realista y arriesgado como la vida de quienes luchan contra el terrorismo, sin otros condicionantes. Muy logrado.
Un fuerte abrazo :-)
Gracias Miguelángel, me alegra que te guste. Un abrazo
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