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viernes, 12 de abril de 2019

Otoño de 1775

El silencio reinaba en la casa. Me diriji a la estancia más cercana a la puerta. Los maderos crujían bajo el reconfortante fuego de la chimenea del salón. Acerqué mis frías manos al fuego para calentarlas. Nada hacia sospechar que alguien observaba desde un pequeño habitáculo...
Me pregunté que esperaba la institutriz para aparecer.
Ha pasado ya un año y todavia me estremezco al recordar la primera vez que traspase los muros de la perturbadora mansion de los señores de Fure. El sonido cercano del
 chasquido de una puerta al abrirse, llegó hasta el instante en el que me encontraba, el frío y húmedo otoño de 1775.  Con el tiempo el olor a moho que inundaba el ambiente nada más traspasar el umbral de la tétrica puerta de la mansión, pasó a ser como un atardecer sombrío. Los chirridos de las portezuelas y el escalofrío que me provocaba aquella enorme casa, se habían apoderado de mí hasta tal punto que apenas conseguía dormir unas horas. Pero algo me impulsaba a no  salir huyendo de allí; seguramente mi orgullo; o quizás para no darle la razón a mi padre. Seguramente ese era el motivo. Pero hoy, había descubierto, que las dos últimas nodrizas desaparecieron; y la anterior no llegó a su destino. Tengo la sensación de que me vigilan continuamente y estoy aterrada.
© Nuria de Espinosa

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