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martes, 9 de abril de 2019

Al anochecer

Observaba a través de la ventana de mi habitación la oscuridad de la calle. El silencio era abrumador, ni siquiera la luna sonreía cubierta por varias nubes. Me sentí sola. Añoraba la luz que la luna reflejaba con dulzura sobre mi rostro. Era como si un extraña inquietud se apoderase fuertemente de mí y no quisiera soltarme. Me pregunté si duraría toda la noche, o quizás tuviese suerte y las nubes se disipasen para dejar que la luna viniera a mi encuentro. Necesitaba hablar con ella, pues solo ella sabia escucharme con atención...
Me desperté al oír la puerta del baño. Me había dormido con el rostro pegado sobre el cristal de la ventana y ni me enteré. Estaba tan cansada, mental y físicamente que me dormí sin percibir que los ojos se me cerraban. Eran las cuatro de la madrugada. La luna estaba radiante, parecía sonreirme. Entonces pensé que mejor otro día la pondría al día de aquello que me inquietaba, ahora estaba muy cansada y tenia tanto sueño que sino me metía pronto en la cama, tendrían que cojerme con una grúa porque me habría fundido con el suelo de la habitación.

©Nuria de Espinosa

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