Durante
la noche una fuerte tormenta había dejado gran parte de los tablones que
formaban una escalera hasta la playa esparcidos por la fría orilla. Respiró
profundo y comenzó a descender por los escalones de madera. Cuando llegó junto
a la orilla se sentó en una roca suavizada por los golpes de las olas. Sentía
el sabor de la sal en su boca con la insistente brisa que el atardecer emanaba.
Miró atrás con tristeza, sabía que no podía volver y abrigaba un enorme vacío en
su corazón.
Se
acercó al borde del agua, sintiendo la tibiez de las piedras bajo sus pies. Se
detuvo un momento, observando la inmensa masa azul que se acercaba hacia ella.
Exhaló una profunda inspiración. En ese momento lo que le había parecido una lejanía
en la distancia se aproximaba amenazadoramente.
Volvió
a respirar con intensidad, pretendiendo que la brisa marina la transportara
hacía otra dimensión de silenciosa paz. La gran masa azul, como una bocanada
furiosa la abrazó con fuerza sumergiéndola en la profundidad del mar; condenándole a un peregrinaje entre la espuma de las olas y la soledad de los
océanos. Más
allá, de algún punto que no es parte de la tierra, ni del cielo, ni del aire, en
las noches de luna llena se escucha un leve susurro que parece provenir de las
profundidades del mar… algunas lenguas
dicen, que es una sirena que llora su cautividad.
©Nuria de Espinosa
(Mejor relato en prosa del mes de
agosto 2012 del club de escritores Palabra sobre Palabra)
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