A
veces he llegado a creer que era la memoria inverosímil de una niña que
pretendía abandonarse en su diván, aferrándose durante horas a una postura
incómoda, cuyo brevísimo pasado, era el leve recuerdo de una época apretada de
olvidos y mentiras que la obligaron a ocultar su ridícula e inútil infancia de
solitaria hipocresía.
La
tristeza que invadió aquella criatura, había vuelto golpeando sin cesar, como
un martilleo continuo de inquietantes recuerdos.
Recuerdos
vagos, leves, pero recuerdos que al intentar modelar en aquel lienzo, todos los
colores se volvían negros.
Ya
sé por qué, nunca terminaré este maldito cuadro – me dije soltando el pincel
bruscamente-
nuria:
ResponderEliminarMuy buen relato.
Cuando la tristeza se apodera del alma, es imposible desalojarla con tarea o distracción alguna.
Un gran abrazo.
Gracias Arturo por tus palabras, como siempre muy acertadas, un abrazo.
EliminarCierto, hay veces que dan ganas de tirar el pincel, pero volveremos a cogerlo, no nos queda otra cuando se tienen claro los sentimientos.
ResponderEliminarBesos
Así es arruillo, gracias y un abrazo.
EliminarA veces, debemos convocar a nuestros demonios, entablar un diálogo para que se marchen para siempre. Me ha gustado el microrrelato.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias María José por pasar por mi blog, me alegro te gustase, un abrazo.
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