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lunes, 28 de septiembre de 2015

El cuaderno de Claudia



Dejó que el teléfono sonara tres veces; nadie contestó. Sin saber porqué los recuerdos aparecieron en su mente:

Claudia estaba de pie, en un tramo solitario de la playa de Gandía cuando cerró los ojos y escuchó el sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Minutos después los abrió y se volvió para mirar hacia el frío océano, observó más allá, y allí, en aquel tramo solitario de la playa, vio el gran vacío de su corazón. De aquel atardecer había pasado tan solo una década y aún podía sentir las olas del mar. Qué extraña y curiosa es la vida, —pensó.


    —Mamá—gritó Fermín, que acababa de entrar en el salón, como siempre con prisas.
    —¿Qué quieres Fermín?—preguntó Claudia con la paciencia que la caracterizaba.
    — ¿Pero, es qué aún no ha llegado papá? Tenía que llevarme a correos. Pues tendrás que llevarme tú—replicó.

    En aquél momento, Claudia, dudó un instante. Suspiró y, miró al techo intentando que su desagrado no fuera evidente y respondió.

    — ¿Ves a tú padre por algún sitio? —dijo, a la vez que daba un vistazo a todo el salón y levantaba ambos brazos, con las manos abiertas.
    —Pues tendrás…
    — ¡Te quieres callar! —cortó en seco, Claudia— tienes veintiséis años, así, que ya es hora de que madures. Vas andando o coges el autobús, pero no quiero escuchar ni una palabra más.


    Claudia se dio media vuelta y se marchó a su habitación dando un sonoro portazo, mientras farfullaba algo entre dientes. Fermín se quedó inmóvil en silencio, no estaba acostumbrado a ver a su madre reaccionar de esa manera.

Continuara...

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