El crujido de las hojas me sobresaltó y miré en ambos lados pero no observé nada extraño y, a pesar de todo, podía sentir una extraña presencia a mí alrededor. El aire se volvió espeso, irrespirable. El miedo comenzó a hacer mella en mí. Aceleré el paso, pero no logré avanzar, algo me retenía, mis pies, estaban clavados en la tierra. El aullido de algo demencial provocó que me orinase en los pantalones. Supe que mi final estaba próximo. Sentí que me ahogaba sin poderlo evitar. De pronto un extraño ser apareció ante mí, desafiante. Sonrió y sin tener tiempo de reaccionar, me agarró de una mano arrastrándome hacía la oscuridad de aquel sendero; grité sin conseguir zafarme… dos días después desperté en un vertedero de basuras: por extraño que parezca me faltaba un brazo y el dedo pequeño del pie derecho.
© Nuria de Espinosa
No hay comentarios:
Publicar un comentario