Bebiste del néctar de mi piel, como un potrillo desbocado que pierde el control al atardecer. Mis lunares fueron los culpables, que te probocaban en la tibieza de la habitación. El crepúsculo verpestino te enloqueció y nada pude hacer sólo dejarme querer.
Acariciaba con ternura los lunares de mi piel. Chamuyé inspirada en su franeleo. Nos encamamos hasta el amanecer. Me pidió connubio enloqueció por mis lunares.
Él siempre iba cajetilla y el anillo de gemas rubias deslumbraba. Me puso mimosa y le dije que sí.
Subiste al cielo y bebiste del néctar de mi piel. Mis lunares eran tu locura y tus caricias mi perdición. Tus besos eran huracanes y lluvia que arrecia al atardecer.
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