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miércoles, 31 de agosto de 2016

La crudeza de la vida

Mi madre permanecía con la mirada en sus macetas, no se muy bien si sólo observaba los geranios o seguía perdida en su mente. Varios recuerdos afloraron en mi: los correos que no dejaban de llegar en los que compañeros y conocidos me explicaban lo que una persona a la que consideraba amigo iba diciendo sobre mi. Yo intentaba no poner atención y pasaba del tema. Aún así era muy duro saber las mentiras y calumnias que comentaba sobre mi en las redes sociales, distintos blogs y páginas de escritura; pero no se conformaba con eso que además enviaba emails a todo aquel que quisiera escucharle.
Era muy difícil comprender porque esta persona no respetaba mi decisión de no haberme marchado con él. En el momento que tomé aquella decisión todo lo demás quedaba solo en el recuerdo. A nadie se puede obligar a estar donde no quiere y nunca se debe dilapidar a nadie por tomar su propia decisión, mucho menos con mentiras.
Por más vueltas que Sara le daba a la cabeza no lograba entenderlo. Se había retirado de todos los puntos donde solía escribir excepto de su blog. Pero incluso el blog, se estaba planteando eliminarlo e intentar llevar una vida tranquila que le permitiera descansar los años que Dios decidiera que ella debía vivir.
Se encontraba cansada de leer las continuas calumnias que este individuo escribía sobre ella.
Acaso esa era su forma de vengarse por no irse con él?
Que injusto, se dijo Sara así misma.
Ahora su madre la miraba y sonreía. Sara vio un reguero que resbalaba por sus muslos. Pensó en voz alta; señor dame fuerzas, -y se acercó a su madre para cambiarle los pañales.
 En aquel preciso instante la puerta del salón se abrió. Su hermana llegaba a pasar unos días con la familia.
Sara se quedó estupefacta. Hacia casi un año que no sabia nada de ella y ahora se presentaba sin más con una sonrisa de triunfo en el rostro. Pero que coño estoy haciendo con mi vida? Se preguntó mentalmente.






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